Cultura

Destino final IV: con franqueza, mucho menos de lo esperable

Que ya era bastante poco, debería terminar de rezar el titular.

el 31 oct 2009 / 21:41 h.

Que ya era bastante poco, debería terminar de rezar el titular. Y es que después de una muy interesante primera entrega, que suponía una brisa de aire fresco en el lamentable panorama americano del cine de terror hecho para (y podría parecer que por) adolescentes, las subsecuentes secuelas no han hecho más que seguir estirando hasta el cansancio las mismas fórmulas que el filme de James Wong.

De la primera secuela sólo valía la pena el comienzo, un arranque bestial en una autopista capaz de quitarle el aliento al más pintado.

De la segunda (o tercera parte) sólo me acuerdo vagamente de una escena que implicaba a una rubia y una sesión asesina de rayos UVA. ¿Y de esta tercera? ¿Seré capaz de recordar algo mañana por la mañana? Es más, ¿seré capaz de hacerlo dentro de cinco minutos?

Tengo el presentimiento de que no será así, y Destino Final IV terminará pasando a esa papelera en la que casi todo el cine de terror de los últimos tiempos (y por últimos quiero decir más de diez años) ha terminado yendo a parar. ¿Qué exagero, dicen? Lo dudo.

Y lo dudo por muchos motivos. Primero, porque actuar no consiste en pasearse/pavonearse (ustedes eljijan el verbo que mejor le parezca una toda vez hayan visto el filme) delante de la cámara.

Segundo, porque escribir un guión no significa tener cuatro buenas ideas concretadas para las truculentas muertes que han sido marca de la casa desde la primera parte e hilarlas con escenas de diálogos intrascendentes para así poder llenar los poco más de ochenta minutos que dura este auténtico suplicio.

Y finalmente, porque dirigir un filme no implica poner la cámara en un sitio, dejarla quieta a ver lo que pasa, y que después el departamento de efectos especiales lo arregle con más o menos fortuna esperando que el paupérrimo uso del 3D (¡vaya tecnología más desaprovechada!) epate lo suficiente al espectador como para que no se fije en su tremenda insignificancia.

Déjenme decirles una cosa: yo sí me fijo, y no me gusta nada lo que veo.

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