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Devoción y cultura en su nueva etapa

La Iglesia del Salvador volvió ayer a convertirse en templo dedicado al culto durante una misa en la que el cardenal de Sevilla hiló liturgia con arquitectura. Las volutas de incienso y la nueva iluminación fueron las mejores aliadas para apreciar la belleza de una restauración que ha durado cinco años.

el 15 sep 2009 / 01:00 h.

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La Iglesia del Salvador volvió ayer a convertirse en templo dedicado al culto durante una misa en la que el cardenal de Sevilla hiló liturgia con arquitectura. Las volutas de incienso y la nueva iluminación fueron las mejores aliadas para apreciar la belleza de una restauración que ha durado cinco años.

"Nada de lo que hay aquí nos deja indiferentes", dijo con acierto el cardenal, Carlos Amigo Vallejo, ante un templo abarrotado de fieles que permaneció con sus puertas abiertas durante las más de dos horas que duró el rito, invitando a entrar a todo el que pasaba por la Plaza del Salvador.

La mayor joya del barroco sevillano volvía a acoger una eucaristía tras su apresurado cierre hace cinco años, cuando la caída de una piedra obligó a iniciar una restauración completa cuyos efectos se vieron ayer: los enormes pilares blanqueados, el Altar Mayor luciendo todo su brillo dorado, compitiendo con el plateado de la capilla sacramental, la policromía coloreando la piedra con la intensidad perdida durante años...

Un resultado que, como nadie olvidó, no ha podido ver uno de sus impulsores, el delegado episcopal para la restauración, Juan Garrido Mesa, fallecido el año pasado. Su recuerdo no se apagó ni un solo minuto: "Querido Juan, te voy a prestar mis manos para que firmes las actas. Va por ti", fue la última frase del cardenal cuando, ungido el templo con todas las bendiciones, terminaba la misa.

La ceremonia había comenzado a mediodía, aunque las sillas llevaban ya horas ocupadas cuando se apagó el repique de campanas de todas las iglesias de la ciudad llamando a misa y la coral polifónica de la Catedral, que puso música a la ceremonia, entonaba el canto de entrada. El cardenal, tras recibir simbólicamente la renovada iglesia a través de los planos que le entregó el arquitecto, Fernando Mendoza, inició la aspersión de agua bendita en las paredes y el altar, todavía apagados.

"Lo que aquí podemos contemplar, tan hermoso y bien hecho, no es más que un perfil de la imagen de Cristo, que es la belleza completa", dijo Amigo Vallejo en la homilía. Su alocución no dudó en alabar "la grandiosidad de pilares, bóvedas, imágenes y retablos", la "diversidad de adornos y paramentos" y los juegos que entre ellos hacía la luz, sin olvidar su principal mensaje: "Todo lo que aquí contemplan los sentidos es la voz del espíritu que se deja sentir".

"Este templo renovado nos habla de Dios y en él se aprende a hablar con Dios", insistió el prelado, antes de animar a los fieles a investigar el nuevo Salvador: "Tendremos que aprender a leer sus signos", dijo, "son como un libro abierto que nos cuentan la historia del Señor".

El cardenal aprovechó para anunciar su intención de que esta iglesia "sea el espacio que ayude a la reconciliación de la fe y la cultura, realidades tan distintas como inseparables", y anunció que acogerá "actividades culturales que lo avalen todavía más, aunque ya lo esté como lugar de oración y de fe".

Llegó entonces el momento de los agradecimientos, que fueron prolijos y sentidos: "Hubo un hombre llamado por Dios que se llamaba Juan. Dios lo puso en nuestro camino no sólo para trabajar en este templo, sino para dar ejemplo de vida", dijo, en recuerdo del fallecido canónigo Garrido Mesa.

Pero para una restauración que ha costado 12 millones de euros hicieron falta más manos: las de Joaquín Moeckel, el abogado que inició una recaudación entre los sevillanos que logró reunir 580.000 euros y dejó sin argumentos a las administraciones para volcarse en el proyecto; las del arquitecto Fernando Mendoza, que dirigió una obra que ha removido el templo desde los tres metros de profundidad hasta las cúpulas; las de la empresa Bellido, que ejecutó los trabajos; "y administraciones, hermandades, cofradías y entidades privadas sin las que no hubiera sido posible esta restauración", dijo el cardenal.

Llegó el momento de ungir con aceite el altar y cada pilar, de encender el incienso y dejar que el humo se colara entre los recargados recovecos barrocos... y encender las luces poco a poco. Cuando los altares y capillas comenzaron a surgir de la oscuridad y a coger volumen, las cabezas de los asistentes empezaron a girar para no perderse detalle, con los ojos abiertos de par en par.

"Tenemos una nueva iglesia consagrada", dijo el cardenal, "demos gracias a Dios y a todos esos hermanos y hermanas que han hecho posible la hermosura que ahora contemplamos". El público prorrumpió en un aplauso que no venía en el guión, asomaron lágrimas y la gente comenzó a acercarse a la capilla sacramental como hipnotizada por el brillo.

Amigo Vallejo invitó al primer beso sobre el altar a los responsables de las hermandes del templo: El Amor, Pasión, el Rocío del Salvador, la de la Antigua y la de la Virgen de las Aguas; también a Moeckel. Fue justo antes de una comunión multitudinaria y del traslado del Santísimo en procesión hasta su altar. A la firma de las actas, junto a los anteriores, se invitó a Mendoza y al responsable de la constructora, José Bellido.

Sólo quedaba ya que el vicario general de la diócesis, Francisco Ortiz, pusiera el punto y final. Lo hizo recordando también al fallecido Garrido Mesa, y alabando su idea de abrir la obra a la ciudad mediante visitas al templo mientras era restaurado: 90.000 personas dieron fe de que había sido una buena idea. Sólo queda ya que "el pueblo de Sevilla lo llene de vida y lo vuelva lugar de encuentro", dijo el vicario. Es el futuro que le aguarda al Salvador, que la diócesis pretende impulsar dándole un papel más importante, el que le corresponde al segundo templo de la ciudad tras la Catedral.

Tras la consagración, el cardenal destapó una placa conmemorativa a la entrada del templo, que sin embargo no se considerará oficialmente inaugurado hasta que lo visiten los Reyes, en una fecha todavía pendiente de la agenda real.

Faltaba un detalle imprescindible: otra placa para rotular el pasaje que une el Patio de los Naranjos con la Plaza del Salvador, al que se ha dado el nombre de Juan Garrido Mesa. Sus diez hermanos estaban presentes y se emocionaron. María del Carmen repetía: "Se lo merece", y se abrazó a Moeckel para consolarse. El cardenal confesó que durante la misa le costó seguir al acordarse del canónigo: "Seguro que desde el cielo nos estaba riñendo, queriendo decirnos que hay que hacer las cosas bien y dejarse de emociones", concluyó con cariño.

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