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Día uno de la nueva San Jacinto

Se inician las obras que traerán la peatonalización definitiva y transformarán la imagen de la calle de Triana

el 17 ago 2010 / 19:28 h.

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Verónica Rodríguez tiene, desde ayer, trabajo doble. Además de atender a los clientes que se acercan hasta su zapatería y mantener el orden entre sandalias y tacones, está obligada a pegarse el plumero a la mano y acabar con el polvo que constantemente entra en la tienda. Es lo que ocurre cuando las obras de la calle, en este caso San Jacinto, empiezan en tu puerta. “Y todavía no ha venido lo peor. Cuando empiece la máquina que taladra el suelo…”.


Los trabajos se iniciaron, por fin, ayer por la mañana. Los operarios comenzaron por la esquina de San Jacinto con Pagés del Corro, “metiendo mano a las aceras”, como comentaba uno de los trabajadores. Después vendrá la nivelación del acerado y la calzada o el enlosado del carril con la anunciada línea de luz azul en alusión al cercano río. Los trabajos tienen 295.000 euros de presupuesto y tres meses de plazo de ejecución. “¿Tres meses? Sí, primero tres, luego cuatro…”.


Quien cuestiona el tiempo es Juan Baena, un vecino de la zona y paseante habitual. Observa desde la barrera, frente a la zapatería de Verónica, el inicio de las obras. “¿Usted qué prefiere, una calle peatonal o una abierta al tráfico?”. “Hombre, yo prefiero que no haya coches pero, ¿no estaba peatonal ya?"


Esta pregunta es la que se hace más de un vecino y comerciante, que no entiende por qué hay obras de nuevo, si ya se levantó la calle antes de las pasadas Navidades, ni saben qué se va a peatonalizar si la calle ya es apta para el paseo.


Sin embargo, el proyecto del Consistorio planeaba unas obras en dos fases. La primera, ejecutada a finales de 2009, creaba el carril bici y dejaba la calle en estado de semipeatonalización. La segunda pretende la peatonalización íntegra, la instalación de bancos y una nueva iluminación. ¿Por qué no se hizo de una vez? El alcalde, Alfredo Sánchez Monteseirín, ya explicó que los fondos vienen de partidas distintas y que “las cosas se hacen cuando se puede”. Hay quien no piensa lo mismo.


“Esto no se puede permitir”.  Pedro es ingeniero industrial y murmura en voz alta mientras mira los primeros pasos de las reformas. “No lo entiendo. Si hace unos meses que estuvieron en obras y ahora  ocurre otra vez, es que ha habido un error de planificación. Y sé de lo que hablo”. A medida que Pedro habla, va aumentando su enfado.  “Y si hay un error de este tipo, el que ha hecho el proyecto se tiene que ir a la calle”. Y sentencia: “Pero en esta ciudad lo único que importa es que haya dinero para los capirotes”.  


Aún así, ni Pedro ni Juan cumplen el perfil de los más perjudicados. Eso se restringe a comerciantes como Luis, que regenta un bazar chino y se queja de que, durante las obras, “viene menos gente, hay mucho ruido y entra mucho polvo”.
Como ya no hay vuelta atrás,  poco queda además de resignarse y aguantar el taladro. Y, quizá, aferrarse al optimismo de un anuncio colgado cerca de la zapatería de Verónica: “Un gran día lo tiene cualquiera”. Incluso con obras en la puerta.

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