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Cultura

Diego Amador hizo feliz a su parroquia flamenca

En una ocasión en la que Tomás Pavón llegó a la academia de su cuñada Eloísa Albéniz, en la Plaza de la Mata, donde vivía el genio, su sobrino Arturo Pavón estaba ensayando; eran las siete de la mañana y el hermano menor de la Niña de los Peines venía de cantar en una fiesta de señoritos en la que no se había encontrado con los duendes.

el 15 sep 2009 / 16:26 h.

En una ocasión en la que Tomás Pavón llegó a la academia de su cuñada Eloísa Albéniz, en la Plaza de la Mata, donde vivía el genio, su sobrino Arturo Pavón estaba ensayando; eran las siete de la mañana y el hermano menor de la Niña de los Peines venía de cantar en una fiesta de señoritos en la que no se había encontrado con los duendes. Arturito comenzó a tocar por soleá y Tomás se arrancó, cantando de tal manera que tío y sobrino acabaron llorando. Al rato llegó Arturo padre y Tomás le dijo: "Hermano, acabo de cantar por soleá con el niño y te juro por la mama que el cante no pierde ná". Entre esta historia y la de anoche en el Central con Diego Amador, el piano ha encontrado un sitio en el flamenco, el que le dieron Garcia Matos, Arturo Pavón y Pepe Romero; sobre todo estos dos últimos. Chano Domínguez, Dorantes, Diego Amador y Pedro Ricardo Miño, entre otros, cogieron el testigo y nadie puede discutir hoy que el piano sabe también de duendes morenos. Sobre todo si pulsa sus teclas un músico nato como es Diego Amador, que es capaz de tocar gitano, cantar por Camarón de la Isla, acariciar a compás una guitarra y, sobre todo, comunicar su emoción, la que él transmite con su mejor medio de expresión: la música. Dijo una vez Manuel Torre, quizá el más puro cantaor de todos los tiempos, que al cante había que ponerle un jardín para que le gustara a todo el mundo. Seguramente se lo escuchó decir al Niño de Marchena. Diego no es jardinero, es un músico flamenco que saca la música del alma, que siente el flamenco muy adentro; el virtuosismo no es lo suyo, sus pulsaciones tienen que ser fuertes y anoche le dio una verdadera paliza al piano pulsando cada tecla como Diego del Gastor hacía sonar el bordón de su guitarra o Mairena ejecutaba la cabal de Junquera. De Diego Amador me gustaron anoche las piezas en la que tocó el piano, su fenomenal tanguillo o los fandangos, quizá lo que menos hace. Cuando tocó y cantó por Camarón me gustó menos porque entre el cante, la batería, la caja y el bajo, su piano se perdió. Entre otras cosas porque llevó un cuadro, por llamarlo de manera flamenca, de sombrerazo, compuesto, entre otros, por una espectacular batería de Tihuana, el bajista Chechu Sierra y su propio hijo, Diego Amador junior, que hizo encajes de bolillo con la caja. Y para que la noche fuera del agrado de un público forofo apareció el genial Raimundo Amador haciendo diabluras con su guitarra y aquello ya no era el jardín del que hablaba Manuel Torre: era una fiesta gitana del siglo XXII con sus improvisaciones y anarquías. No sé lo que hubiera pensado Tomás Pavón de aquello; seguramente, conociendo sus rarezas, se hubiera ido a pescar barbos.

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