Cultura

Diego Puerta cumple medio siglo de alternativa

el 15 sep 2009 / 15:55 h.

Fue un 29 de septiembre de hace 50 años, en la festividad de San Miguel Arcángel, cuando un torero menudo y valiente recibía los trastos de matar de manos de Luis Miguel Dominguín y en presencia de Gregorio Sánchez. Aquella tarde ya lejana no terminaron de rodar las cosas pero estaba comenzando una nueva época.

Aquel año, en eso también corrían otros tiempos, Diego Puerta había hecho el paseíllo hasta cinco veces como novillero en el albero del Baratillo apoyado en la continuidad de sus triunfos y llegaba a la alternativa apoyado en cierto ambiente en el mundillo. Pero la historia taurina de Diego Puerta había comenzado mucho antes, en las corraletas del matadero del Cerro del Águila, en el que su padre servía como empleado. Allí, en el Cerro, había nacido el 28 de mayo de 1941, aunque le llevaron hasta la parroquia de San Bernardo para recibir las mismas aguas bautismales que cristianaron a la mejor y más amplia baraja de la torería sevillana durante dos siglos.

Apenas un año y medio después de su doctorado sevillano, el joven Diego Puerta se consagra como gran figura del toreo. Alternativado en el 58, no había podido estar presente en la Feria de Abril del 59. Una cornada en la ingle sufrida en Barcelona -que anuncia el largo y doloroso rosario de percances que aún está por venir- retrasa su debut en la Feria de Abril hasta los farolillos del 60. En aquella feria reveladora le esperaba encerrado en los corrales de la Maestranza un toro marcado con el temible hierro de Eduardo Miura, de nombre Escobero, que le va a catapultar hacia el olimpo. Algo empezaba a cambiar en el toreo.

La década prodigiosa. Escobero propinó una monumental paliza a Diego Puerta, que le acabaría ganando la partida después de haber brindado su muerte al mísmisimo Juan Belmonte. Un diestro menudo, alegre, artista y sevillano acaba de hacerse figura del toreo. Nacía una nueva era, comenzaba la década prodigiosa del toreo. Se inauguraban los 60 y España se subía a un seiscientos y estrenaba, por primera vez en mucho tiempo, zapatos nuevos de felicidad.

A los pocos días de aquel reveleador triunfo maestrante, Puerta confirma su alternativa de manos de otro artista valiente y sevillano. Manolo González, que apura sus últimas tardes en activo, le cede los trastos en presencia de Chamaco. Otras dos orejas confirman su rango de figura. Puerta ya está en las ferias y se empieza a codear de igual a igual con los grandes.

Pero dos nuevas alternativas están a punto de fundar una nueva etapa en la historia del toreo. Aquel mismo año, en las Fallas de Valencia, iba a hacerse matador de toros el camero Paco Camino. Sólo un año después, tomaría la alternativa el salmantino Santiago Martín El Viti, que con Diego Puerta iban a conformar aquel cartel de tantas y tantas tardes grandes, base de todas las ferias de España. Cada uno de ellos, con su contrastada personalidad llenan una década que tampoco se puede entender sin el cataclismo que supone la irrupción de Manuel Benítez El Cordobés, que se haría matador en 1963, y el continuo referente clasicista del rondeño Antonio Ordóñez, que en aquellos años era ya un joven veterano.

Es en medio de ese elenco riquísimo, plagado de notables segundones, donde se mueve la figura menuda y pinturera de Diego Puerta, inasequible al terrible catálogo de cornadas, más de cincuenta, que van a lacerar su cuerpo sin que se merme ni un ápice del valor del diestro sevillano que hizo de su alegre valentía la mejor bandera de su toreo en unos años en los que más y mejor embisten las vacadas bravas. Puerta, Camino y El Viti: la década prodigiosa del toreo, años fundamentales en el hilo de la tauromaquia, la añorada Edad de Platino.

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