Local

Dignidad personal

Los aparatos para aprisionar a las personas, además de medios que impiden la huida, siempre fueron además instrumentos de vergüenza; los castigos del cepo o la jaula en la plaza se imponían con la intención de herir la dignidad

el 16 sep 2009 / 07:14 h.

Los aparatos para aprisionar a las personas, además de medios que impiden la huida, siempre fueron además instrumentos de vergüenza; los castigos del cepo o la jaula en la plaza se imponían con la intención de herir la dignidad de quienes los padecían. Aunque aquellas penas públicas fueran abolidas, las esposas acarrean hoy esos similares efectos con la visión de los esposados en la calle, en los juzgados y en las imágenes de periódicos o televisión. Estoy de acuerdo con quienes en el Partido Popular han expresado eso atenta contra la dignidad cuando varios de sus miembros, acusados de delitos de corrupción, han aparecido maniatados en público. Es evidente que todos ellos se habrán sentido avergonzados porque, con independencia de su presunta inocencia, ésa es la visión estereotipada que tenemos del delincuente y nadie quiere aparecer como tal.

Sin embargo durante muchos años, casi medio siglo, tuvieron que soportarla en España miles y miles de personas que no eran presuntos inocentes sino inocentes, a secas. El delito del que se les acusaba era el de llevar a cabo actividades o formar parte de entidades que buscaban un régimen de libertad puesto que el que existía no reconocía derechos elementales como expresarse, reunirse y asociarse libremente, algo tan normal como lo que tenemos ahora.

La situación vergonzante de verse con grilletes la padecieron políticos, sindicalistas, estudiantes, profesores? y yo mismo pero en una situación muy distinta y en circunstancias lacerantes: no sólo no había medios de comunicación donde defendernos sino que la parafernalia de la detención y las actividades -clandestinas por necesidad- cobraban tintes horrendos en su práctica y en las notas de prensa posteriores. Yo tuve que atravesar la tarde de un domingo los jardines de Chapina y llegar a la estación de Córdoba esposado entre las piernas, con un brazo atrás y otro delante. Cualquiera puede imaginar cómo quedó mi dignidad personal.

Los delitos de las dictaduras, sean de tipo cubano o birmano, se perciben con mucha claridad desde la distancia pero son los mismos que los perpetrados por la que padecimos en España durante la era de Franco donde, al parecer, fueron pocos los conservadores españoles que los vieron e, incluso, pocos los que luego han reconocido que se cometieron. Cada vez que en las sedes del Poder Legislativo se han presentado iniciativas para su condena, el PP se ha salido por la tangente con el argumento de que no era algo que interesaba a la gente.

Ahora, sin embargo, de esos alegatos a favor de la dignidad personal parece desprenderse que han comprendido que ese respeto no puede variar según aparezca o no como importante en las estadísticas, que es un derecho que posee cada persona humana y que nadie puede conculcar. Nuestros conservadores tienen ahora la ocasión de proclamar que la dignidad de todos, en todas partes y en todos los tiempos es sagrada y que la dictadura de Franco y sus gobiernos la atacaron inmisericordemente.

Sigo sintiendo escalofríos cuando veo a alguien esposado hasta en una película aunque no guardo rencor; pero bueno sería que aquel período se borrara definitivamente con el reconocimiento expreso del PP del valor de la dignidad personal ahora y antes. Siempre y en todos.

  • 1