Todas las fiestas -civiles o religiosas- tienen un origen reivindicativo; la del 1 de Mayo también. Los católicos tuvieron que defender la eucaristía y los trabajadores las ocho horas, el salario digno, la Paz... Hoy es festivo por unas razones, de la misma manera que el Corpus Christi lo es por otras y cada cual tendrá que defenderlas si no quiere perder su identidad y sumirse en la alienación, o sea, adoptar la personalidad de otro. De eso escribió largo y claro André Gorz, que acaba de dejarnos. Por eso es extraño que las fuerzas sindicales sevillanas no se hayan dejado oír sobre el posible cambio de la Feria de Abril que pivota sobre una premisa: integrar en ella el 1 de Mayo para atraer a más forasteros.
Seguramente, si a alguien se le ocurriera poner para siempre otra fiesta en el Corpus la solución no parecería buena a mucha gente porque, aunque ahora sea de gozo, hipotecaría indefinidamente una manifestación solemne de sus creencias. ¿Por qué han de quedarse sin su día los trabajadores sevillanos a quienes nadie asegurará que en un futuro -próximo o lejano, da igual- podrían necesitar volver a expresar con firmeza sus reivindicaciones? Hace tan sólo cinco años la fecha, que sirvió para protestar masivamente contra una guerra injusta, la de Irak, no existió en Sevilla. Meter en la Feria el 1 de Mayo no es hipotecarlo; es dilapidar su historia, y cegar su futuro.
Antonio Zoido es escritor e historiador
