Dime cómo adornas tu caseta y te diré qué quieres ser, porque ese pedacito de suelo en time sharing o propiedad compartida durante una semana no es un lugar en el que refugiarse, ni un sitio para comer, beber o para aparcar a los niños: es sobre todo un mensaje que se manda a los demás -algo así como las plumas del pavo real- para decirles no lo que somos sino lo que nos gustaría que creyeran que somos. En cada uno de los grupos de amigos, conocidos, compañeros, instituciones u organizaciones que levantan una caseta siempre hay algunas personas que, tomando sobre sí la tarea de la decoración, hacen en realidad de intérpretes de la visión del mundo que tiene el colectivo.
El Real muestra a quienes le gustaría poseer una hacienda de olivar y por eso llenan el zócalo de capachos de esparto, a los que sueñan con la casa de la "viudita naviera", repleta de encajes y visillos. Hay quien copia en la caseta el bar al que va todos los días o la casa de hermandad en la que no manda, el palacio ducal que nunca tendrá o la casona que piensa fue de sus abuelos. Todas las decoraciones son fruto de una nostalgia de melodrama pero ninguna tanto como la de La Pecera. Sin revoluciones que llevarse a la boca, grandes murales exaltan Bolivia y Venezuela, se supone que para ir hacia el futuro. Es entonces cuando al paseante no le parecen ya tan malas esas otras opciones del pasado.
Antonio Zoido es escritor e historiador
