Local

Dimitir, cesar, mejorar

Los españoles tenemos un carácter y una cultura peculiares, y nuestro sistema político lo refleja. Somos poco dados a reconocer los errores, es cierto; pero entre otras cosas porque cuando alguno lo hace se le machaca. Nada de aceptar las disculpas, valorar...

el 15 sep 2009 / 22:57 h.

Los españoles tenemos un carácter y una cultura peculiares, y nuestro sistema político lo refleja. Somos poco dados a reconocer los errores, es cierto; pero entre otras cosas porque cuando alguno lo hace se le machaca. Nada de aceptar las disculpas, valorar el valor -que lo tiene- de confesar lo mal hecho y buscar juntos las soluciones. Decir que se ha errado es como bajar la guardia, y todos a una van al hueco a hacer daño. Con saña. Con esta forma de entender las cosas no es extraño que seamos el país en el que nadie dimite. Bueno, en el que nadie dimite de verdad. Como otra peculiaridad de nuestra política, a nadie se le cesa, sino que dimite de manera poco voluntaria. En España es verbo defectivo. Dimitir y cesar tienen en común que expresan dos errores, el del afectado y del de la persona que lo nombró. Y a aceptar eso nadie está dispuesto. Lo vemos como debilidad. Lo vemos como oportunidad de ataque. Por eso se exige con tanta frecuencia, y se pide en cualquier circunstancia. Frente al vicio de pedir -dimisiones- está la virtud de no dar -las dichas-. Con esta forma de comportarnos se produce una petrificación de los cargos públicos poco frecuente en nuestro entorno; vistos desde fuera, nuestros cargos nunca se equivocan, porque nunca hay dimisiones. El problema es adivinar porqué, si es así, nos van las cosas como nos van. Con la que está cayendo a lo mejor nos tenemos que replantear también esto. Las cosas no siempre salen, y ahora no podemos permitirnos que no salgan. Las circunstancias cambian. Nadie es adivino, no podemos saber cómo van a funcionar todas las personas en todos los puestos. Y es que no todo el mundo sirve para todo. El buen gestor puede tener menos diplomacia que un papel de lija, y el buen diplomático puede ser un inútil para su departamento. Tendríamos que aceptar que cambiar a las personas puede ser una forma de mejorar las cosas, y que la responsabilidad de los gobernantes es hacer que las cosas funcionen. Pero también tenemos que aprender a valorar el mérito de cambiar las personas, y el valor de irse cuando no nos va como pensábamos. Que no son derrotas, sino responsabilidad. Y ser responsable, en lo público, es una victoria.

Catedrático de Derecho del Trabajo

miguelrpr@ono.com

  • 1