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Dinero. Simpatía por las cajas de ahorro

Igual que los Rolling Stones sentían simpatía por el diablo y Loquillo, por los Stones, yo siento un nosequé por las cajas de ahorro, con ese tierno sobrenombre de monte de piedad que suena a leyenda de Bécquer y a cantable de José Feliciano, antes que a mostrador de usurero de Charles Dickens o avaro de Moliére.

el 16 sep 2009 / 00:55 h.

Igual que los Rolling Stones sentían simpatía por el diablo y Loquillo, por los Stones, yo siento un nosequé por las cajas de ahorro, con ese tierno sobrenombre de monte de piedad que suena a leyenda de Bécquer y a cantable de José Feliciano, antes que a mostrador de usurero de Charles Dickens o avaro de Moliére. Incluso me siento relativamente a gusto con que sean representantes públicos quienes gestionen en parte sus asuntos: en los días que corren, que levante la mano quien sienta más confianza por los banqueros que por los políticos que al menos intentan resolver con dinero de todos el berenjenal en el que nos han metido unos cuantos iluminados del liberalismo salvaje.

En esas entidades, cuyo evidente fin no deja de ser el lucro, persiste un ramalazo aunque sea remoto de soberanía popular que es la que ansía José Saramago en los consejos de administración de las trasnacionales y de los organismos financieros que gobiernan el mundo más que los gobiernos. Creo que las cajas, por lo común, cuentan con un arraigo con el territorio y con la gente más inmediata que los bancos han perdido en tiempos de globalización y macroeconomía. Aunque, nadie se engañe, ya no quedan James Stewart de Qué bello es vivir para sacarnos siempre del apuro con una sonrisa paternalista como de melodrama en blanco y negro o de médico de familia.

Pero, dicho esto, lo de la Caja Castilla La Mancha se ha pasado de castaño oscuro: buena parte de los datos que han trascendido a la opinión pública la última semana nos llevan a plantearnos cómo unos cuantos particulares puestos ahí directa o indirectamente por la soberanía popular lo han hecho igual o peor que muchos de esos otros papanatas del sector privado que hicieron un curso por correspondencia de la Escuela de Chicago. Pero también nos lleva a preguntarnos quién fue el lumbreras que pretendió que la Junta y que Unicaja comulgasen con ruedas de molino. A los andaluces en su conjunto han pretendido metérnosla doblada y nos hemos salvado por la tenacidad diplomática de José Antonio Griñán, vicepresidente económico, y de Braulio Medel, presidente de Unicaja. Una vez más, habrá que citar a los clásicos, como aquel Pío Cabanillas que, en plena debacle de la UCD, popularizó aquello de "cuerpo a tierra que vienen los nuestros". Al menos, con semejante embolado, Andalucía ha ganado tiempo y prestigio para llevar a cabo el proyecto por el que muchos sentimos simpatía y que, a todas luces, pudiera interesarnos, el de una caja única y fuerte, levantada sobre los cimientos del sentido común y las auditorías pertinentes. Sin caramelos envenenados.

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