Cultura

Discreta despedida al genial bailaor de la elegancia jonda

Un reducido número de flamencos y personalidades de la política arropan a Matilde Coral en el último adiós a su esposo.

el 18 mar 2010 / 18:48 h.

Matilde Coral, la viuda, llora desconsoladamente del brazo de su hija, en el funeral del bailaor.
Habrá dolido su muerte, pero el flamenco no ha respondido como merecía Rafael El Negro. Aunque a él no le habrá importado mucho, porque era la timidez personificada.
La mañana amaneció plomiza, con el sol queriendo salir. Primero, sobre las 10.30, se ofreció un responso en Los Gitanos, en el barrio donde nacieron la Niña de los Peines y su hermano Tomás. Artistas, amigos y familiares quisieron rezar por el alma de Rafael en ese lugar tan importante para los gitanos.
Matilde Coral, esposa del artista, estaba demasiado entera para los meses que llevaba de noches sin dormir y el sufrimiento de ver cómo se le iba el compañero, el padre de sus tres hijos y el amigo de toda la vida. Al llegar al cementerio la esperaba un grupo reducido, artistas del baile como Cristina Hoyos, Pepa Montes, María Oliveros, Ernesto Neyra, El Bobote y Rafael el Eléctrico; Carmen Ledesma y Paco Vega; del cante, Remedios Amaya, Paco Taranto y Mari Peña; y de la guitarra, Ricardo Miño, su hijo Pedro-Ricardo y Paquito Fernández Vargas.
En representación de la Junta de Andalucía estuvo Francisco Perujo, director de la Agencia del Flamenco; y del mundo del toreo, el Faraón de Camas, Curro Romero, amante del flamenco y amigo personal del difunto y de Matilde Coral. Al maestro lo acompañaba su esposa, Carmen Tello, que también estaba muy afectada por esta pérdida.
Escasa representación del mundo artístico y político, al menos en el cementerio, si tenemos en cuenta la importancia no sólo de Rafael El Negro, sino la de Matilde Coral. Echamos de menos a muchos artistas y a personas de las instituciones andaluzas, así como a profesionales de los medios de comunicación. Sí estuvieron Paco Sánchez, de Canal Sur, y Manuel Martín Martín, de El Mundo.
Sobre las 12.00, el cadáver fue llevado hasta el número 54, derecha, de la calle Santo Tomás. El sol ya calentaba más de la cuenta y el reducido grupo de personas contempló entristecido cómo era introducido el ataúd con los restos del artista, que descansa ya en ese lugar donde la diferencia no la marcan las personas, sino el frío mármol que las cubre.
Estamos de acuerdo en que Rafael El Negro no era uno de esos artistas flamencos fundamentales, de una popularidad grande. Nunca lo fue, además, porque nunca tuvo su propia compañía ni ambicionó tenerla.
Era, sobre todo, un bailaor de cuadro, sencillo y humilde, pero que bailaba por bulerías de una forma que será difícil que vuelva a verse sobre un escenario.
Solamente los que tienen un estilo perduran, y Rafael no cabe duda de que lo tenía; era de los bailaores con sello propio, aunque representaba esa manera de bailar tan clásica de los bailaores gitanos de Triana, de los que ya apenas quedan.
Su sobrino El Eléctrico, El Bobote y Paco Vega, que estuvieron ayer en el camposanto dándole el último adiós, son de los pocos que conservan esa manera tan trianera de bailar.
Descanse en paz el bueno de Rafael El Negro.

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