Montar una obra de Shakespeare suele ser una garantía. No obstante, debido a las numerosas versiones de la mayoría de sus obras, cualquier nueva versión conlleva un reto que, por fortuna, este montaje supera con creces. Se trata de una de las obras menos populares del insigne autor, una comedia de enredos alejada de los estereotipos y sentimientos universales que distinguen su teatro. El relato gira en torno a un naufragio y dos hermanos gemelos que se salvan por separado. Ambos acaban en una isla idílica que los atrapa en una maraña de intrigas amorosas que acabará en un final feliz para los protagonistas y para los demás personajes que han sabido observar su lugar en la escala social, mientras que el criado que pretende ascender de escala enamorando a su señora acabará siendo objeto de una cruel burla. Así, no deja de ser un divertimento propio de la época sin demasiadas pretensiones. Pero Shakespeare con su genialidad lo salpica con un sinfín de juegos de palabras y frases ambiguas que sazonan los diálogos con un humor tan pícaro como desvergonzado y popular. Eduardo Vasco elabora una valiente y magistral puesta en escena que sitúa a los personajes en la época contemporánea, a pesar de que la dramaturgia es fiel al texto original en cuanto a la trama y las relaciones de los personajes. Con ello, este singular director se arriesga a describir un espacio escénico extraño a la historia, sin embargo, se decanta por un tratamiento de parodia musical tan delirante como divertido que acaba por elevar a su máxima expresión lo idílico del espacio propuesto por el autor. Para ello se sirve de una escenografía funcional, una exquisita iluminación y un genial reparto que nos brinda una soberbia actuación.
