Con la carrera docente e investigadora dentro de la universidad prácticamente en encefalograma plano, los estudiantes universitarios que en estos momentos cursan estudios de doctorado (algo menos de 2.000 en la Universidad de Sevilla y la Pablo de Olavide juntas) tienen puestas sus esperanzas, y miras profesionales, en el extranjero y en los brotes verdes que el Gobierno de Mariano Rajoy asegura que ya se ven en la maltrecha economía española. Pero nada en el doctorado se parecerá a lo que ha sido hasta ahora. Este curso académico se han estrenado los nuevos programas de doctorado después de un periodo de incertidumbre normativa, con hasta tres reglamentos diferentes (una en 1998, otra en 2005 y, la última, de 2007). Las nuevas reglas de juego buscan, primero, que el doctorado sea un plus no para encontrar un puesto de funcionario en la universidad, ni siquiera un puesto mejor remunerado dentro de la empresa privada. La meta ahora está en que el doctorado sirva «para que los universitarios creen empresas», señala el director del Secretariado de Doctorado de la Universidad de Sevilla, Antonio Delgado, que hace la siguiente reflexión en relación a si el enorme capital humano especializado que generan este tipo de estudios está siendo rentabilizado o no: «El doctorado quizás no es un plus para las empresas. Sí para las que tienen departamentos serios de I+D. De hecho, hay quienes los exigen, pero son pocas. El problema es que en España no se pueden absorber todos los doctorandos que hay porque nuestra economía no está basada en el conocimiento. Hasta ahora, los doctorandos lo que querían era incorporarse mayoritariamente al sistema público de tecnología e investigación. Esto hay que cambiarlo. El doctorado debe servir desde ya para que los estudiantes creen empresas». Doctorado sinónimo de emprendimiento. El vicerrector de Postgrado de la Pablo de Olavide, Miguel Ángel Gual, añade: «El nuevo diseño de los doctorados ajusta mejor la demanda a la oferta de las empresas». Para Gual, contar con un doctorado en el currículum es un valor añadido altamente competitivo en el caso de las ingenierías y estudios más técnicos. «En estos sectores, va a mejorar, y mucho, la percepción sobre este tipo de formación». Pero vayamos a los datos (a los más actuales que hay disponibles). Según la Encuesta de Población Activa (EPA) de 2011, el porcentaje de posgraduados parados en España era del 7,6%. Esto significa que desde 2008, el índice se ha doblado, ya que entonces la tasa estaba en un 3,3%. Desde 2011 han pasado dos años largos, y la crisis ha seguido horadando la economía familiar y dinamitando el tejido empresarial. Lorena Pérez Macías, de 29 años y estudiante del doctorado de Lenguas modernas en la Pablo de Olavide, está convencida de que sus estudios le servirán para especializarse y diferenciarse dentro del mercado. Pero añade en su respuesta a este periódico: «En países como Alemania o Reino Unido se valora mucho tener este nivel de estudios y, al trabajar para empresas de esos países, las condiciones laborales mejoran considerablemente. En España no ocurre lo mismo, pero creo que no es tanto un problema de falta de reconocimiento como económico. Aunque las empresas valoren positivamente que tengas una formación académica más completa, van a seguir ofreciéndote las mismas condiciones de trabajo que si no la tuvieras». Las universidades han redefinido (reducido) sus programas de doctorado. En el caso de la Universidad de Sevilla se ha pasado de más de un centenar «una situación inviable», reconoce el director del Secretario de Doctorado de la Hispalense a 31. De hecho, había oferta que solo existía en el papel. No tenían ni un alumno, reconoce Antonio Delgado. En el caso de la Pablo de Olavide esta universidad dispone de siete programas y dos interuniversitarios. «Vamos por el buen camino», se muestra satisfecho Miguel Ángel Gual, en una afirmación que comparte su compañero de la Hispalense. De hecho, la nueva normativa que regula los estudios de doctorado introduce dos controles que resulta incomprensible que no existieran hasta ahora. El primero de ellos tiene que ver con que cada año el programa (alumnos y profesores) tiene que pasar un examen o evaluación de calidad. El segundo de los controles está relacionado con la duración de los estudios. Se acabó eso de que uno pueda estar estudiando un doctorado 15 años. «O más, o más...», insinúa Antonio Delgado. Con el nuevo reglamento, el doctorando a tiempo completo tiene tres años y dos de prórroga como máximo para terminar su formación. En el caso del doctorando a tiempo parcial, el plazo es de cinco años más tres de prórroga (ocho años, por tanto, de máximo). El catedrático de la Universidad de Sevilla Manuel Ángel Vázquez Medel coordina el Programa Interuniversitario de Doctorado en Comunicación y, sin titubear, responde lo siguiente a la pregunta de si el doctorado es un valor añadido en estos momentos: «Hay que relativizar las cosas. Las cosas cambiarán o España se suicida. Confiemos en que la gente que se está formando en un doctorado sea dentro de unos pocos años una referencia». Para Vázquez Medel, uno de los claustrales más beligerantes contra las políticas del Gobierno que amenazan con descapitalizar la universidad española, los doctorandos son personal competitivo en el mercado internacional ya que «pueden dar una respuesta innovadora dentro de su campo profesional». Sea cual sea el futuro de los estudios de doctorado en términos de empleo, lo cierto es que la sociedad española aún debe andar un largo camino hasta darles a estos el valor que tienen, aunque solo sea porque se financian con recursos públicos. «Una vez una señora incluso me dio la enhorabuena por haber elegido Medicina como profesión, ya que para ella llegar a ser doctora era algo muy bonito», recuerda Lorena.