Cofradías

Échale un ojito a tu hermana, nazareno

LA CONTRACRÓNICA. Ya no hay que ir hasta la Gran Plaza para encontrar veladores: abundan por doquier. Sevilla es el único lugar donde un padre celebra que a sus hijos les dé caramelos un extraño encapuchado.

el 15 abr 2014 / 22:30 h.

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nazarenoLas caritas que ponen los nazarenos de negro para que sus familias los reconozcan en la procesión son más que un poema. Son, que diría Manrique, las Coplas por el despiste de mi padre. Porque hablar, teóricamente, no pueden:las reglas lo prohíben. Y entonces, una vez que los repiqueteos con los dedos en la cruz o en la pechera se han revelado infructuosos y la tía Mari Carmen, creyendo haber localizado al familiar enmascarado, sigue sonriéndole y haciéndole pestañitas al que va tres puestos más adelante (un viejecito encantador que ignora que en breves momentos le van a dar un bocadillo bajo cuerda), el penitente de ruan recurre a lo único que le queda: la retórica de la mirada, hasta donde pueda haber retórica a través de dos agujeritos en un antifaz. No se va a decir el nombre de la cofradía porque puede parecer demérito de la misma, cuando no es sino un delicioso desliz de humanidad, pero ayer había un cristiano en una comitiva de las llamadas serias al que le faltaba bizquear para llamar la atención. Probó con los guiños, con la mirada del ogro, con una imitación de Peter Lorre... Pero es que el que iba tres o cuatro sitios detrás estaba el pobre que un poco más y le tienen que recoger el ojo derecho de la hebilla del cinturón de esparto, de tanto llamar a su hermana o a su novia, lo que quiera que fuese la linda criaturita que no se estaba dando cuenta de nada. Hablando de no darse cuenta de nada: señores munícipes, en Sevilla hacen falta más bancos. De los de sentarse, no de los de pagar. O sea, de los de líbranos del mal, ya que no los hay de los de perdónanos nuestras deudas (porque las deudas, salvo las de los propios bancos, no se perdonan ya ni en las oraciones). Observando en la Plaza de la Contratación a algunos paisanos verse el Cerro entero con nada más que un cafelito bebido –que es la categoría inmediatamente superior a gañote total–, uno se pregunta cuál será la postura natural del ser humano, si de pie o sentado. El trocito de poyete se cotiza en la Sevilla cofradiera más o menos como un palco de la Scala, porque el calor es inmenso, todo el mundo se ha echado a la calle temprano en el primer turno –que es el de llevar a los niños a ver dos cofradías y vuelta para casa– y urge regalarse una culada aunque sea en un bordillo. De resultas de lo cual el centro de la ciudad presenta a las siete de la tarde un aspecto muy similar al de una barbacoa de sardinas. Como siga subiendo el calor con el cambio climático van a tener que ir pensándose los bordadores el coserles a las vírgenes un manto de tirantas –fino, eso sí–, porque esto no se puede soportar. «¡En qué follón me habéis metido, madre mía!», protesta en la esquina de Santa Ángela, al paso de San Benito, una señora mayor a la que obligan a trepar por encima de los presentes para pasar al otro lado, que es adonde hay que ir siempre en Semana Santa, se quiera o no:es una imposición social. Como la de los perros en la Alameda, que te multan si los llevas con correa. En serio, te multan. O te abuchean, tal vez. Pues eso: que en Sevilla, para que a uno lo acepten en una pandilla, en una logia, en un colegio mayor o en cualquier grupo que tenga un rito iniciático, al novato se le obliga a cruzar por medio de una cofradía, a ser posible con un carrito de bebé tuneado con las ruedas de la cuádriga de Mesala. Por suerte –si es que es una suerte, cada cual dirá–, este año hay menos gente o menos dinero, una de dos, porque en casi todos los cafés del centro se podía sentar uno ayer en un velador a tomarse el café y la torrija. No como hace cinco años, que tenía que irse uno a la Gran Plaza para encontrar un taburete. Después de ver los Estudiantes, uno ya se podía acostar. Qué maravilla de cofradía. En realidad, todas estaban ayer con el guapo subido. Y si no, San Esteban. Viendo la cofradía en la esquina del Salvador había una familia con dos o tres chiquillos, y en esto que se vuelve la madre al pequeño y exclama, hecha un puro sentimiento: «¡Ooooh! ¡¿Pero qué te han dado, un caramelo?! ¡Qué suerte!» Vamos, le llegan a dar al muchacho dos entradas para Tosca y explota de gozo la buena mujer. Qué cosas. Sevilla es el único sitio del mundo donde los padres se alegran si un desconocido encapuchado les da caramelos a sus hijos. Claro, con esos ojitos que ponen...

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