La última vez que estuve con Miguelito el de El Candela nada hacía presagiar el final que ha tenido: el suicidio, según me confirmó ayer mismo el común amigo Juan Verdú. El Candela era el punto de encuentro de los flamencos de Madrid y de cualquier parte del mundo. He vivido noches mágicas en su sótano con artistas como Morente o Riqueni, asiduos al templo de este granadino que a los 49 años de edad ha decidido dejarnos huérfanos de su entrañable presencia física. ¿Por qué? Es la pregunta que nos hacemos en estos casos. Según nos dice Manolo Sanlúcar en El alma compartida, "la vida no es de Dios, sino de quien la sufre". Miguelito ocultaba de alguna manera su sufrimiento y ha querido acabar con él. Así de sencillo. Acaba, penita acaba./ Acaba ya de una vez./ Que con el morir se acaba/ el sufrir y el padecer. Lo malo es que Miguelito se ha ido y nos ha dejado la pena a sus amigos. El corazón partío. ¡Ay, Miguel!
