Los ciudadanos de EEUU eligen hoy a su 440 presidente, misión que por primera vez en la historia del país de las barras y estrellas podría recaer en un negro (Barack Obama). Y hoy también George W. Bush (Connecticut, 1946) comienza a ser historia, la misma que se encargará de juzgarle.
Hoy por hoy es considerado por sus detractores a un lado y otro del Atlántico como uno de los presidentes más nefastos de los últimos tiempos. Su gestión de la crisis económica y financiera que azota el país y por extensión al resto del mundo no le ha ayudado a cambiar esa percepción. Lo que en estos momentos sí es seguro es que este texano de adopción se ha convertido en uno de los comandantes en jefe más impopulares. En las encuestas apenas alcanza el 20% de aceptación, un nivel tan sólo equivalente al que cosechó el también republicano Richard Nixon tras el escándalo Watergate en 1974.
El próximo 20 de enero, cuando oficialmente abandone el despacho más archiconocido del mundo, habrán pasado ocho años desde que Bush llegó a la Casa Blanca. Un aterrizaje no exento de polémica. Y es que al igual que Sarah Palin -la hoy candidata republicana a la Vicepresidencia de EEUU-, también el entonces gobernador de Texas tuvo que hacer frente a numerosas críticas por sus carencias y absoluto desconocimiento de la política internacional cuando luchaba contra John McCain por la nominación republicana en 1999. Así el primogénito del 410 presidente de Estados Unidos, George Bush, hacía pública sus dificultades para situar algunos países en el mapa y reconocer a sus jefes de Estado, como el de Pakistán, entonces el general Pervez Musharraf, quien luego sería su gran aliado en la lucha contra los talibanes. Aquello fue tan sólo el principio de las ya famosas meteduras de pata de Bush. En internet, ocho años después, hay más de 10.000 entradas con algunas de sus frases más célebres y recordadas.
Los medios de comunicación también se hicieron eco de su alcoholismo, sus fracasos en la industria petrolífera y de las numerosas sentencias a pena de muerte que firmó mientras fue gobernador de Texas: un total de 120 en cinco años. Pero pese a todo y gracias a su trato afable y cercano logró ganar los comicios de 2000 al demócrata Al Gore; en unas elecciones, cómo no, envueltas en la polémica. A partir de entonces la controversia sería su principal compañera de viaje.
Tras los trágicos atentados del 11-S de 2001, su Administración entró en una espiral de decisiones sin sentido (algunas de las cuales tachadas de ilegales por diferentes organismos) que aún hoy mantiene heridas abiertas. La principal y más polémica fue y es, sin duda, la guerra de Irak. El primer episodio de la llamada guerra preventina contra el terrorismo o la excusa para atacar otro país sin el consentimiento de nada ni nadie. Bush, bajo la (falsa) teoría de que Sadam Husein poseía armas de destrucción masiva y de su vinculación con Al Qaeda, se puso por montera las Naciones Unidas, la legalidad internacional y la diplomacia y bombardeó Irak el 20 de marzo de 2003. Cinco años después la guerra que haría más seguro el mundo y que acabaría con Al Qaeda y su líder Osama bin Laden (aún hoy en libertad) se ha cobrado la vida de más de 150.000 iraquíes (otras fuentes hablan de 650.000) y de 3.500 soldados de las tropas de la coalición y ha dejado más de dos millones de refugiados.
George W. Bush no ha logrado ninguno de los objetivos que se marcó cuando emprendió su batalla contra el llamado eje del mal (Irak-Irán-Corea del Norte). Irak no sólo sigue siendo víctima de la violencia, protagonizada por los atentados suicidas (en retroceso durante los últimos meses), sino que en el camino para lograr sus fines a Bush no le importaron los medios empleados. Ahí quedarán para la historia las torturas de Abu Ghraib, Guantánamo, los vuelos secretos de la CIA, la Ley de Seguridad Nacional que permite interceptar las llamadas y correos de cualquier sospechoso o las mentiras lanzadas para asustar a la opinión pública. En la travesía también deja una ONU herida de extrema gravedad (si no de muerte) y unas relaciones diplomáticas entre EEUU y el Viejo Continente (dixit Ronald Rumsfeld, su ex secretario de Defensa) que sólo ahora parecen enderezarse. Tampoco ha conseguido que Irán y Corea del Norte abandonen sus programas nucleares ni la ansiada paz entre israelíes y palestinos.
Y como lo que mal empieza, mal acaba; George W. Bush se marcha dejando tras de sí una de las mayores crisis económicas y financieras que se recuerdan desde el crack del 29. Tan sólo que ahora, cuando el actual inquilino de la Casa Blanca hace sus maletas, todos le apuntan con el dedo acusador por su política económica liberal y su falta de control sobre los mercados.
Hace unos días, su amigo Silvio Berlusconi, primer ministro italiano, decía que "la historia demostrará que Bush ha sido un grandísimo presidente". Eso lo decidirá la historia.