31 de agosto, fin del año agrario. Contrastes severos en Andalucía. La agricultura se salva, la ganadería está en crisis. Brilla el girasol, la remolacha se descalabra. No se esperan históricos resultados macroeconómicos (valor de mercado de la producción, que el año pasado fue de 10.226,75 millones de euros), pero tampoco que el campo sea el que lastre el crecimiento del PIB.
El año agrario terminó ayer y en sus cuentas macroeconómicas no resultará precisamente histórico para Andalucía. En la moneda, la cara la han puesto el aumento de las cosechas cerealistas y la subida de sus precios, pero la cruz es grande y la han trazado los costes adicionales en gasóleos, abonos y fitosanitarios (pesticidas), la crisis ganadera -aquí sí la hay, aunque no en el conjunto del campo-, excluido el vacuno de leche y, una vez más, la sequía en los embalses del Guadalquivir, con el tercer ejercicio consecutivo de restricciones para el regadío.
En un año en el que estrenamos nuevo titular para la Consejería de Agricultura y Pesca, al mando ahora del almeriense Martín Soler, y desapareció la histórica Agricultura en el membrete del Ministerio, que pasó a llamarse de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, el campo, en general, escapa de la sensación crisis económica, aunque está por ver si su contribución será positiva al crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) regional, toda vez que en el primer trimestre de este 2008 -no hay datos posteriores- su actividad (incluye campo y pesca) revelaba una caída del 0,3% interanual, las cosechas de verano no serán tan holgadas como se preveía y el aceite de oliva, que ejerce un grandísimo poder de arrastre, cotiza a la baja.
La aún optimista estimación de Analistas Económicos de Andalucía, el servicio de Estudios de Unicaja, calculada antes del verano y de conocerse, pues, el estancamiento español del segundo trimestre, hablaba para todo 2008 de un incremento del 2% en el sector primario, si bien su 2,5% para el conjunto del PIB autonómico se revela hoy en día inalcanzable.
A pie de parcela, las últimas estadísticas de los servicios técnicos de la Consejería, sobre las que no se esperan relevantes cambios, calculan que el trigo, el principal cereal de invierno, arrojará en esta comunidad una cosecha de 1,49 millones de toneladas, un 2% más respecto a la de 2007. No obstante, su campaña defrauda, por cuanto los rendimientos han sido menores y, por tanto, el escaso aumento de la producción no se corresponde con el 13% en que han crecido las hectáreas sembradas, hasta las 504.839 hectáreas. De hecho, hay una caída en la variedad blanda (cuyo destino principal es la industria harinera), mientras que el empuje procede de la dura, materia prima para unos revalorizados piensos.
Un matiz. A pesar del recorte en el trigo blando, que pasará de las 595.143 toneladas del año pasado a unas 564.000, esta última cuantía aún duplica la media del trienio precedente, y a su favor juega la mayor demanda internacional para consumo humano y que, junto con las ventas para la industria de fabricación de biocarburantes, ha sido uno de los detonantes del subidón de precios en los mercados agrarios.
Sorprende, en cambio, el retroceso de las cebadas, pues su recolecta se saldará con un 10% de merma (quedará en el entorno de las 300.000 toneladas) frente al 6% que se apunta la superficie cultivada, hasta 133.757 hectáreas. En su descargo, y al igual que con el trigo, se trata de un cereal que ha recuperado vigor en el agro andaluz, y ahí están las medias del periodo 2003/03, con unas tierras que bajaron del listón de las 100.000 hectáreas y unas cosechan que se quedaron en las 200.000 toneladas.
Tres damnificados principales por las limitaciones de agua de regadío para la cuenca del Guadalquivir, grave para los cultivos que irrigan de los pantanos de la regulación general del río que aquellos asignados a comunidades concretas de regantes -por ejemplo, el embalse Pintado, en la provincia de Sevilla-. Se trata de arroz, maíz y algodón.
En concreto, sólo la mitad de los arrozales de las marismas sevillanas se han podido sembrar, y cuando allá por octubre entren las cosechadoras en las parcelas se constatará un tijeretazo del grano aún mayor debido a la elevada salinidad del caudal del Guadalquivir. En maíz, si bien la superficie aumenta un 8%, sus 25.021 hectáreas quedan muy lejos de las 39.400 de campañas de normal pluviometría. Y en cuanto al algodón, lastrado también por una reforma de su régimen comunitario de ayudas que no hace sino restarle atractivo, se ha quedado este año en las 54.000 hectáreas, frente a las 63.442 de 2007 y las 81.687 de media en al trienio anterior.
La atonía también se adueñó de la remolacha y por igual motivo: una reforma para el azúcar que invita a la reestructuración del azúcar y desincentiva a los agricultores. Lo suyo es un auténtico descalabro. De un año para otro, ni la mitad de las siembras, ni la mitad de la cosecha. Y si semejante comparación la hacemos sobre 2005, ni un tercio.
En cambio, si hubiera que buscar una estrella para el año agrario que ayer concluyó, ésta sería, din duda, el girasol. Al calor de la fuerte demanda y, por lógica, de las revalorizadas cotizaciones, la extensión de sus tierras se dispara un 22%, si bien aquí habría que anotar otra clave: que se ha beneficiado del desvío de parcelas antes sembradas de algodón y maíz, producciones que exigen gran consumo de un agua que no tienen.
Y como tampoco tiene precisamente buena pinta la trayectoria de la ganadería, en especial la de ovino. Al hecho de que sus valores no remontan se une la sangría que dejó en esta última cabaña la enfermedad de la lengua azul. Para colmo, todos los ganaderos soportan el alza de los piensos. Aquí si hay crisis.