Con tan sólo diecinueve años, el violinista mallorquín Francisco García Fullana inauguró por derecho propio una nueva edición del tan veterano como necesario ciclo Jóvenes Intérpretes del Maestranza. Como niño prodigio ha paseado su talento a ambos lados del Atlántico, con extraordinaria aceptación, actuando además con algunos de los directores más sobresalientes del panorama internacional.
Para su debut en nuestro teatro se enfrentó a obras fundamentales del repertorio para violín solo, por otro lado no muy extenso. Especialmente difíciles y carismáticas son las sonatas y partitas de Bach. Poco imaginábamos tras un comienzo algo desaliñado y desinflado en la primera sonata, que remontaría fácilmente, exhibiendo un sonido sedoso en continua transición a áspero, y demostrando una enorme capacidad para crear tensión. Sin usar en ningún momento partitura, demostró pura entrega y un sobrado entusiasmo.
La prueba de fuego llegó con la Partita no 2, obra maestra absoluta y prodigio de expresividad, que Fullana interpretó con ahínco, limpieza y claridad, extrayendo magia de su arco al desdoblar el sonido de las cuerdas en la famosa Chacona, cuyas extenuantes cadencias defendió con nivel de excelencia. En medio de estas dos piezas imprescindibles, una de las Sonatas Op. 27 que Eugène Ysaÿe compuso inspirándose precisamente en Bach. Con la elegida por el joven violinista, de un solo movimiento, exhibió fuego y un fascinante sentido del color y del rubato. El coherente programa acabó con el más famoso de los caprichos de Paganini, sobre el que Rachmaninov compuso sus célebres variaciones, una pieza ideal para exhibir alardes técnicos.
