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El arrugado papel de Frances

Alisó el estrujado papel que le había servido de inútil guión para su alegato. Se sabía de antemano cada frase, cada idea. Pasaron unos segundos que se le antojaron minutos eternos. Respiró ruidosamente, esperando provocar algún gesto. Él miró por encima de las lentes...

el 16 sep 2009 / 05:25 h.

Alisó el estrujado papel que le había servido de inútil guión para su alegato. Se sabía de antemano cada frase, cada idea. Pasaron unos segundos que se le antojaron minutos eternos. Respiró ruidosamente, esperando provocar algún gesto. Él miró por encima de las lentes, en silencio, y volvió a bajar su mirada. Su rostro era impenetrable. Como la fría y oscura noche de febrero, que convertía las ventanas del despacho en espejos que reflejaban la borrosa imagen de ambos. Habían trabajado juntos durante años y sabían que era el momento de las decisiones extraordinarias. Ella dijo, con voz entrecortada, "nada parecido a esto se ha hecho jamás en los Estados Unidos, lo sabes, ¿no?". Ambos eran conscientes de la formidable oposición que les esperaría; un ejército conservador, compuesto por empresarios, sindicatos y jueces.

Eran días en los que su nación se deshilachaba en una crisis económica salvaje. Con millones de desempleados y desahuciados de sus viviendas. Las empresas cerraban masivamente. El crédito bancario era un mero recuerdo. El Estado, desesperado, venía desarrollando enormes esfuerzos en obra pública sin resultados. La pobreza reinaba por toda la geografía.

Aquel pedazo de papel, con unas pocas líneas garabateadas, acabó de convencer a Roosevelt, unos días antes de ocupar la presidencia, para proponerle aquella misma noche el cargo de Secretaria de Trabajo. Frances Perkins, la primera mujer en la Historia en un Gobierno norteamericano. Ese papel con ideas revolucionarias para la época. Salario mínimo, subsidio de desempleo, seguridad social, prohibición del trabajo infantil, semana laboral de 40 horas, seguro sanitario. Medidas que ambos consideraban de justicia, pero también imprescindibles para el rescate, para recuperar la confianza, de una economía suicidada por una gigantesca burbuja de avaricia.

Eso ocurrió en 1933. Estados Unidos salió de aquella crisis como un imperio global. Con unos derechos sociales que evolucionaron con razonable salud, hasta su decadencia por la revolución conservadora que se fraguó en los años 70. Un ciclo funesto culminado con un imperio en decadencia y el fantasma de la desolación que ahora recorre el mundo.

Han pasado muchos años y es inexplicable tan escasa evolución intelectual. Con todos los gobiernos manteniendo y reforzando, precariamente, las imprescindibles redes de seguridad creadas en el pasado, mientras otros plantean imprudentes propuestas de deterioro del mercado laboral, como el despido barato o la reducción de cotizaciones sociales. Algo extraño en tiempos de crisis. Rehenes de las mismas supersticiones ideológicas de hace un siglo, contradictorias con ideas como productividad, reactivación de los mercados, mejora del capital humano y sociedad del conocimiento. Mala salida para la crisis, para reconstruir la confianza, con soluciones tan antiguas como las viejas ideas que las sustentan. Si alguien esconde por ahí un papel como el de Frances, aunque esté muy arrugado, por favor, que avise, es urgente, muy urgente.

Abogado

opinion@correoandalucia.es

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