El colegio Manuel Giménez Fernández del Polígono Sur se convirtió ayer en el colegio de los sueños de cualquier niño, porque la Biblioteca de los Sueños, el Aula de Música de los Sueños, el Aula de Jugar y Soñar y hasta el Comedor de los Sueños se han hecho un hueco en su arquitectura. Las paredes color amarillo sufrido del antiguo edificio, compacto y sobrio, esconden ahora dibujos, disfraces y juegos gracias a un grupo de 38 amigos que un día decidieron invertir su tiempo en poner el cole patas arriba.

Pero sobre todo, esconden libros, clasificados, ordenados y colocados sobre estantes naranjas y verdes, junto a una pared desde la que los caballitos de un monumental tiovivo se mezclan con flores, burbujas y mariposas. Lo hicieron con sus propias manos y en sólo diez días. En un almacén de libros cerrado y polvoriento decidieron abrir la biblioteca. Limpiaron, hicieron dibujos en las paredes, montaron estanterías de pladur y las colorearon, pintaron de vivos colores las antiguas mesas irregulares, les serraron las patas para que tuvieran distintas alturas, desecharon los libros viejos o inadecuados, subieron a lo alto de las estanterías las enciclopedias, encuadernadas en cuero y que nadie usa, y hasta hicieron marionetas de fieltro. Luego atracaron a sus amigos para pedirles donaciones.

La Biblioteca de los Sueños tiene ahora unos 2.000 ejemplares en pleno uso, con colecciones de lo más tradicional, como la de El Barco de Vapor y todos los cómic de Astérix, aunque también volúmenes en 3D que forman figuras al abrirse, y que ayer lograron pacificar a algunos de los emocionados niños durante un rato. Muchos de los libros educativos han sido donados por la librería La Extravagante de la Alameda. No faltan tampoco el Rincón de la Coeducación y la Educación Sexual, con decenas de folletos sobre igualdad y libros como Oliver Button es una nena, de Tomie de Paola; Chicas al rescate, de Bruce Lansky, o Mi madre es rara, de Rachna Gilmore. Y el Rincón del Reciclaje, con títulos como 50 cosas que los niños pueden hacer para recliclar.

Los niños de este colegio de infantil y primaria inauguraron ayer tarde la biblioteca entrando en tromba y chillando hasta niveles de agudos que merecerían un premio. Y eso que por la mañana los 380 estudiantes del centro habían pasado con sus maestros por todas las aulas remodeladas para poderlas ver con tranquilidad. "Podríamos haber hecho esto en cualquier colegio, pero hemos elegido vuestra escuela", decía ayer Encarna, una de las voluntarias, "para demostraros que, si trabajas por tus sueños, tus sueños se cumplen". El colegio elegido, por la mediación de una profesora que conocía a un miembro del grupo, linda con uno de los barrios más empobrecidos de Sevilla y los niños proceden de familias con escasos recursos socioeconómicos.

"Estos niños tienen menos posibilidades que otros, y nosotros, que creemos en la magia que los sueños traen a nuestra vidas, queríamos poner magia en las suyas", profundizaba Cristina Gómez, que ha coordinado la iniciativa. "Estar rodeados de colores puede motivar a estos niños, que en sus casas pueden tener otros problemas". Problemas nada triviales, ya que el Polígono Sur padece altas tasas de analfabetismo y abandono escolar, desempleo o consumo y tráfico de drogas, que durante años han ido hundiendo al barrio en una marginación de la que ahora trata de salir, entre otras formas, mediante un refuerzo educativo.Además de la biblioteca, el aula musical también ha sufrido una transformación mágica: ahora tiene enormes notas musicales en sus paredes.

El comedor está adornado con un castillo de cuento de hadas, un dragón, un pavo real, flores y frutas. En el aula de juegos, los disfraces no duraron en su sitio: a los chavales les faltó tiempo para colocarse las manazas de Mickey Mouse y empezar a darse collejas con ellas.

El director del centro, José Soto, se mostraba satisfecho con el resultado e insistía a sus alumnos: "Ahora somos los encargados de cuidarlo". El hombre recibió la propuesta "un jueves a las diez y media de la noche. Me llamaron para empezar el lunes, y yo dije que todo lo que fuera ayudar, bienvenido sea. Somos un colegio abierto al barrio, y todo lo que sea mejorar...".

Aunque gran parte de las reformas se han hecho reciclando, arreglar las aulas ha costado 4.000 euros, que este heterogéneo grupo de amigos logró mediante rifas y sorteos varios. "Fue relativamente fácil", explicaba Francisco Ballesteros. El grupo, compuesto por gente de entre 22 y 75 años y de todas las profesiones, que se conocieron en un taller de inteligencia emocional, almorzó ayer paella en una convivencia con los profesores del centro, con el que no tenían contacto ninguno antes de esta iniciativa. Y con los niños: a la salida de la biblioteca, les aguardaba una merendola de golosinas, un final más feliz que el de las perdices de los cuentos.