Hasta la presentadora de la subasta se puso nerviosa. Carraspeó, se trabó al decir el nombre del beato Tomás de Zumárraga, y el murmullo se hizo evidente en la sala. La venta o la retirada de un sólo lote, en esta ocasión la pieza estrella de la subasta de primavera de Cajasol, puede significar el éxito o el fracaso de una puja al completo. En esta ocasión hubo suerte. A pesar de la atonía general con la que se dio inicio, con una sala llena hasta la bandera pero poco impulso comprador, una única oferta telefónica igualó el precio de salida de 350.000 euros y el cuadro de Zurbarán encontraba así un nuevo comprador.
La obra, un óleo sobre lienzo que representa al beato Tomás de Zumárraga, ha estado hasta ahora en manos particulares, siempre en Sevilla, y su autenticidad está sobradamente acreditada según los organizadores de la subasta, que aseguran que tanto por precio como por calidad, ha sido una de las joyas de toda la temporada de subastas en España. Pues bien, después de cinco siglos en la ciudad, el cuadro fue adquirido ayer por un coleccionista de Madrid, presumiblemente una empresa privada, hacia donde a estas horas ya viajará la joya barroca.
El catedrático de Historia del Arte de la Hispalense Enrique Valdivieso, presente en la sala, no se lamentaba, sin embargo, de la marcha de este cuadro. “El patrimonio sevillano tiene unos zurbaranes de enorme categoría, así que no pasa nada porque este salga de la ciudad. Es un zurbarán discretito, si hubiera sido un pata negra hubiese costado más del doble”, valoró a El Correo el experto, una de las voces más autorizadas en pintura barroca sevillana.
En este sentido, la directora de la subasta, Carmen Aranguren, aseguró que los dos últimos zurbaranes que han sido vendidos en subastas han alcanzado precios de 600.000 y 800.000 euros.
Hasta ahí la buena fortuna de la cita de primavera con el coleccionismo sevillano, porque la impresión general fue la de un público que levantaba pocas paletas, una escasa subida del precio inicial en los lotes adquiridos y muchos cuadros devueltos a los corrales. Aún así, la valoración de Aranguren al término de la celebración de la puja fue “muy satisfactoria”. Según comentó la directora de la subasta, se vendieron 740.000 euros de un total de 2.300.000 que se pusieron en la palestra.
“El resultado es muy bueno para nosotros, aunque sí es cierto que la impresión de la sala ha sido la de un público más desanimado”, explicó Aranguren, que confirmó que la mayoría de las pujas se realizaron “por teléfono y por escrito. Los compradores tienden ahora a eso, no acuden al acto y optan por estas vías más discretas”.Por situar las cifras en su contexto, frente a los 740.000 euros vendidos, la subasta del pasado mes de noviembre alcanzó los 825.000 euros. “Esto fue un caso excepcional, porque la cita de primavera del año pasado se saldó, sin embargo, con 390.000 euros vendidos”, matizó Aranguren.
Aún así, sintió como “una pena” obras “muy buenas” que no encontraron comprador, como fue el caso de las piezas contemporáneas de Luis Feito, Rafael Canogar y Lucio Muñoz; o las decimonónicas de José Jiménez Aranda y Emilio Sánchez Perrier.
Grandes piezas que no encontraron comprador
La sensación de la tarde fue agridulce por las grandes obras pictóricas que no encontraron comprador. En concreto, se quedó por vender uno de los cuadros más llamativos de la subasta, y el segundo más caro después del Zurbarán: Procesión de rogativa por falta de lluvias del Santo Crucifijo de San Agustín en el Ayuntamiento de Sevilla, una obra anónima cuyo precio de salida alcanzaba los 90.000 euros. Asimismo, fue extrañamente rechazado el lienzo El crítico, de José Jiménez Aranda, que salió a pujas por un precio de 42.000 euros. Sin embargo, la Escena del Quijote, del mismo autor, fue adquirido por 18.000 euros.
Y es que, algunos de los nombres más destacados de las escuela sevillana y alcalareña del XIX no tuvieron un buen día, como Cabral Bejarano y Emilio Sánchez Perrier.