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El Belén aprueba su PGOU

Belén ya no es lo que era: mil euros cuesta poner uno de los más básicos, aunque eso sí: vienen ya visados por la Gerencia.

· Un Belén gigante en la Plaza de España

el 14 sep 2009 / 20:57 h.

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Belén ya no es lo que era: mil euros cuesta poner uno de los más básicos, aunque eso sí: vienen ya visados por la Gerencia. Perfectos, sofisticados y snobs en grado sumo, nada tienen que ver con el viejo y entrañable pueblo que coronaba el aparador cada Navidad, anárquico y breve, entre montañas de corcho por las que se despeñaban los patos y los paisanos; ya no es esa aldea de mentirijilla rodeada de páramos de serrín enharinado, de animales de granja en busca de un lugar donde caerse de lado, según su costumbre; ni es ya aquel paraje lleno de artesanos al fresco y labriegos despintados dedicados al célebre cultivo de la bombillita de colores intermitente, hoy extinta, y sobre cuyo río se podía caminar, un milagro muy típico de la época por ser de papel de plata. Toda esa autenticidad imperfecta, infantil y mágica se acabó. Tras la automatización de las norias y los hornitos con luz, el Nacimiento casero sevillano vive hoy su segunda modernización, su segunda romanización, su maquetamorfosis, su peatonalización, su PGOU, su Gran Belén o su como se llame, pero el caso es que ya no hay quien lo conozca. Ahora el Nacimiento no lo ponen los niños sino una subcontrata de Sacyr-Vallehermoso. Si Herodes hubiese tolerado alguna crítica, hoy llorarían las figuritas por el Belén que se nos fue. Y eso que en el nuevo no mataron a los inocentes; los dejaron vivir a cambio de que se hicieran expertos en Urbanismo.

Cualquiera que salga de la Plaza de San Francisco con otra sensación, que vaya a exorcizarse porque está poseído por el espíritu de Ricardo Bofill, hijo. Allí, en el mercadillo anual de los belenistas, se sufre una de las muchas muertes en vida que envejecen al adulto: que antes se ponía un Nacimiento con cuatro duros, tres corchos y una pandereta, y ahora "uno que tenga lo mínimo y que sea medianamente digno sale por mil euros", dice Gloria Botonero, desde su puestecillo. En él vende mandarinas diminutas a 0,80 euros la unidad; pimientos a 0,40; lombardas a dos euros, cajas de bogavantes. Le falta vender el Mercabelén rodeado de cuádrigas frigoríficas. El paisano se deslumbra con los últimos adelantos: el enorme nubarrón plomizo que por 115 euros lleva la lluvia al pueblo (aquello parece el Evangelio según Emily Brontë) y cuyo vendedor, Ariel Pinto, afirma ufano que es el último grito de este año. Pero este año no sólo hay últimos gritos, sino también últimos berridos: la lavandera ya no se arrodilla junto al riachuelo; ahora dirige una especie de franquicia de Tintorería Larios.

Lo próximo serán figuritas de sindicalistas, de vovis, de zelotes en botellón. Una escena coral representa la matanza del cochino (el clásico cochino de la dieta kosher); otra, singular y preciosa, muestra a cuatro jugadores de cartas poniéndose tibios con el porrón.

Callejuelas iluminadas con antorchas (55 euros, San Juan Bosco), el viejo cuentacuentos con el nieto en el regazo (Artesanía del Belén, 59,40 euros), telares, mercados que cumplen la normativa sanitaria de la UE, arroyos de montaña, espantapájaros, sembrados a 2,5 euros el surco... Por doce euros venden un palé de ladrillos, sí. De ladrillo típico palestino. El año que viene apuesten a que venden ya las grúas y licitan la BE-30. Toma realismo, zambomba.

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