El Betis pondrá fin el próximo sábado ante el Barcelona a una exitosa temporada, en la que ha cubierto con holgura y anticipación el objetivo ineludible de la permanencia. La nota ha de ser buena en su conjunto, un bien alto tirando a notable, pues gracias a su excepcional arranque liguero –cuatro triunfos que le llevaron incluso al liderato– la escuadra de Mel en ningún momento ha llegado a estar en zona de descenso, aunque los lógicos miedos cundieron cuando se enjaretó esa espantosa racha de un punto de treinta, la peor de la centenaria historia del club, que puso a prueba las dotes de mando de la cúpula directiva, que también ha superado con nota su primer curso completo.
La permanencia se ha logrado de forma matemática dos jornadas antes del final, se han mantenido opciones de entrar en Europa hasta el penúltimo partido y las negociaciones para cerrar un acuerdo con los acreedores y salir del concurso –que habrá que ir cumpliendo de manera inexcusable en los próximos años– están a punto de concretarse con éxito, así que es lógico que entre el beticismo reine la satisfacción por el deber cumplido. Claro que en fútbol uno no puede dormirse en los laureles y desde ya hay que ir trabajando para mejorar el club en todas sus parcelas, pues para estar a la altura que merece su masa social aún queda un largo y laborioso trecho.
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