Economía

El cajero en su templo

Gómez Sierra, que asumió resignado el cargo, lidió la herencia de Castillejo, aunque no la atajó

el 22 may 2010 / 22:04 h.

Nadie se esperaba que este cura, que oficiaba misas para las monjas esclavas del Sagrado Corazón, fuera a presidir Cajasur, como tampoco nadie se esperaba que este cura, que de finanzas entendía lo que de juergas nocturnas, es decir, nada, fuera quien la entregara a los inescrutables designios del Banco de España al buscar cobijo en el cepillo del FROB. Sea este templo de Dios, échense a los mercaderes malagueños.

Santiago Gómez Sierra (Madridejos, Toledo, 1957) nació y se crió entre cereales, vid y olivos, cultivos muy vinculados a la Iglesia, quizás fueran vitales para la llamada del Señor. Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad Complutense de Madrid y en Teología Dogmática por la Universidad Pontificia Comillas de Madrid, fue ordenado sacerdote en 1982. De los años de la Transición añora la música, Jarcha y su Libertad sin ira. Le gusta que le llamen el párroco de la Trinidad, pero a la historia no pasará precisamente con ese sobrenombre.

La carrera antes del ascenso a los cielos financieros acumula múltiples cargos eclesiásticos, su carácter discreto no fue obstáculo para ganarse la confianza del Cabildo de Córdoba. Ha sido vicerrector del Seminario Mayor de San Pelagio de Córdoba, prefecto de estudios y profesor en este mismo Seminario Mayor y del Instituto Superior de Ciencias Religiosas Beata Victoria Díez. Ocupó también durante varios años el cargo de vicario general de la Diócesis, fue moderador de la Curia y es canónigo Deán de la Santa Iglesia Catedral de Córdoba. Días antes de la Navidad de 2006, el obispo de Córdoba, Juan Antonio Asenjo, el hoy sucesor en Sevilla del cardenal Carlos Amigo Vallejo, lo captó para presidir el consejo de administración de Cajasur, sorpresa mayúscula porque se esperaba que el vicepresidente segundo de la entidad, Fernando Cruz-Conde, fuera el elegido.

Con resignación, porque él prefería oficiar las misas de siete y los retiros espirituales -respetados hasta en los momentos más tensos de las negociaciones con Unicaja-, aceptó ese cargo financiero pues, decía, era una misión de Dios. No se sentía un banquero, aunque estaba al mando de una gran caja. En estos cuatro años de gestión tuvo que afrontar la herencia, los excesos inmobiliarios y las amistades peligrosas del ex presidente Miguel Castillejo. Y lidió los problemas, aunque no los atajó. Entónese el por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

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