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El cajero predilecto

Padre, he pecado. Se acerca uno a este marchenero de sempiterna corbata negra, frío donde los haya, como quien ya espera una regañina antes incluso de confesarse.

el 16 sep 2009 / 00:55 h.

Padre, he pecado. Se acerca uno a este marchenero de sempiterna corbata negra, frío donde los haya, como quien ya espera una regañina antes incluso de confesarse. Al dar la absolución, acepta el propósito de enmienda, por supuesto, pero cuando aflora algún episodio que en lo más mínimo cuestione la credibilidad de la caja de ahorros que preside, la andaluza Unicaja, tanto se le enerva su sangre financiera que corta la hemorragia a fuego y ruedan cabezas, amigos de confianza incluidos. Y ha pasado. Disciplina, seriedad, palmeta de maestro.

Al fin y al cabo, eso es lo que es. Quienes fueron sus alumnos (es doctor en Ciencias Económicas y Empresariales y catedrático de Hacienda Pública y Derecho Fiscal de la Universidad de Málaga) lo califican de fenómeno, un profesor serio, riguroso, estricto, en cuyas clases se cortaba el aire no por temor, sino por respeto. Él, que reconoce gustarle la docencia, les corresponde sintiéndose padre de muchísimos de ellos, y algunos son aún hoy altos cargos de la Junta de Andalucía desde que ocupara, allá por los ochenta, la dirección de la Oficina de Planificación y el sillón de viceconsejero de Economía, sin estar afiliado a partido político alguno, siendo su sentimiento ideológico un auténtico enigma, liberal ante todo, cercano a la izquierda, conservador en las cosas del dinero.

Su infancia discurrió entre telas, las que su padre tenía en una tienda de un pueblo, Marchena, que adora ("es el más bonito del mundo"), y tan apegado estaba al terruño que quería, además de tendero, ser agricultor. Su vocación de comerciante y agrónomo se frustró cuando, con diez años, y a regañadientes pero con obediencia paterna que hoy agradece, lo metieron como alumno interno del colegio Claret de Sevilla, y de ahí rumbo hacia la economía.

Primero profesor, después en el Gobierno autonómico de José Luis Rodríguez de la Borbolla como mano derecha del consejero Julio Rodríguez y, fugazmente, de José Miguel Salinas y, ya abandonada la gestión pública, en 1987, presidente de la Caja de Ahorros de Ronda, desde la que, cuatro años después, pivotaría la fusión con las de Cádiz, Antequera, Almería y Málaga para gestar la hoy Unicaja, primera caja de ahorros de Andalucía, y entre las diez del ranking nacional.

Sienta cátedra no sólo entre las cajas de ahorros (fue presidente de la patronal española del sector, la CECA, durante dos mandatos consecutivos y lo es de la andaluza, la FACA), sino también en las finanzas en general y, de hecho, por varias veces se le postuló para gobernador del Banco de España, cargo que le hubiera venido al pelo, pues manda tela y, sobre todo, controla más que supervisa. En unas entidades acostumbradas a tener peones políticos y sindicales en su cúpula, se mueve entre bastidores, sean los del PSOE, sean los del PP, para tratar de colocar a gentes de su cuerda, que al menos sepan (es poco pedir, pero cosas peores se han visto incluso en presidentes de cajas andaluzas) qué es un balance financiero, un fondo de inversión, una tasa de morosidad.

Escucha, habla poco, pero cuando lo hace, sentencia, hay poco margen para la discusión, al menos en clave andaluza, y ahí ha estado él como miembro del Consejo Asesor para la reforma del Estatuto autonómico, las grandes corporaciones se lo rifan para sus órganos regionales, y siempre está cuando lo llama Manuel Chaves, o a la inversa. Perseverante hasta la saciedad (lleva luto desde hace tres décadas), tiene hacia abajo la comisura de los labios, la sonrisa le cuesta, le sale forzada, siempre en estado de reflexión tras sus gafas opacas, como ese cabizbajo Señor de la Humildad y Paciencia que procesiona el Miércoles Santo en su localidad natal. Allí estará un año más.

Cuando apenas le queda un año para marcharse (esto no está del todo claro) de la obra de su vida, Unicaja, ha visto truncada la absorción de la malograda Caja Castilla-La Mancha, intervenida por el Banco de España. Las cuentas, simplemente, no le salían, y antes que aceptar un pestiño amargo, mejor otro en solitario, espolvoreado con azúcar y dulce miel. Jugador de ajedrez, amante del teatro, aficionado al flamenco y bético en la salud y en la enfermedad, aún persevera para mover ficha y poner sobre el escenario una gran caja, que no única, que cante la grandeza de las finanzas andaluzas en la liga bancaria nacional. Sevillano presidiendo una entidad malagueña, entiende de dineros y de estrategias empresariales, no de infundadas rivalidades territoriales que, al final, lastran el desarrollo y, cuidado, le enfadan sobremanera, tanto como, hace ahora nueve días, lo hiciera el gobernador Miguel Ángel Fernández Ordóñez.

Y mientras rumia qué operación orquestar en este año que le queda, hoy, Domingo de Ramos, saborea un nombramiento que, tras su reciente desilusión financiera, acoge con sumo orgullo personal: ser Hijo Predilecto, la llamada de su pueblo, de sus ancestros, de su tierra. Él es Braulio Medel. Marchena, 1947.

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