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El cantante que logró engañar al diablo

El tenor interpreta estos días el rol de Athanaël de la ópera 'Thaïs' en el Teatro de la Maestranza, en su regreso a Sevilla desde 1999.

el 28 oct 2012 / 18:45 h.

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No es ortodoxo ser fan de Plácido Domingo y sus incontables seguidores se encuentran en el punto de mira de esa otra parte de los aficionados a la ópera que prefieren una voz espléndida y una frialdad glacial tímbrica y actoral a un canto maravilloso aunque no estrictamente canónico. Plácido Domingo, nacido teóricamente en 1941 -sobre lo acertado de la fecha pulula un debate por la red-, está prácticamente en buena forma. Lo demuestra estos días en el Teatro de la Maestranza encarnando a Athanaël en Thaïs y, en vista de su agenda como cantante y director, lo seguirá demostrando a lo ancho y largo del mundo durante muchos meses más. Quizá años. Que se sepa no ha pronunciado la palabra jubilación.

¿Un pacto con el diablo? De ser así Belcebú debe andar aburrido en la ciénaga pensando en la maldita hora que decidió hacer tratos con aquel tenor. Le han engañado. Una cosa era darle un poco más de guita y otra que le tomasen el pelo. Porque el artista madrileño, a sus aparentes 71 años, sigue representando la más admirable fusión entre belleza vocal, calidad tímbrica y sincera expresividad. Es cierto que ha perdido proyección, para disgusto de los melómanos foniatras, que ya es más barítono que tenor, y que nunca rivalizó con Pavarotti; el italiano era fulminante a la hora de atacar los agudos. Pero Domingo, a diferencia de otros colegas, sigue despachando óperas enteras -y no sólo conciertos con cancioncillas- y continúa disfrazándose de lo que toque para estar en lo alto de un escenario varias horas seguidas, sin desfallecer y despeinando al respetable que escucha entre pasmado y petrificado una voz que continúa estremeciendo como si fuera la primera vez que se la oye.

Hijo de los cantantes de zarzuela Plácido Domingo y Pepita Embil, de pequeño, poco antes de trasladarse junto a su familia a México para trabajar, ya era conocido como El Granado por su capacidad para entonar desde muy pequeño la canción Granada de Agustín Lara. Por fortuna por entonces la televisión todavía no había parido esa cosa llamada talents-shows y Domingo siguió creciendo y demostrando sus aptitudes como si tener arrebatos líricos fuera lo más normal del mundo. De cantar en casa pasó a hacerlo en conservatorios y, en 1962, su nombre se uniría a la Ópera Nacional de Israel, donde comenzó a cimentar su fama. Cantó en 280 representaciones, luego tomó aire para cuidar durante un tiempo a sus dos hijos y en el año en el que vino al mundo Naranjito, Domingo grabó el tema oficial de la Copa FIFA de fútbol. Porque Domingo siempre ha tenido ojo comercial para lo popular, mucho antes de que otros cantantes operísticos más recientes descubrieran que, además, si se pone posturita en las portada de los discos, se venden más ejemplares.

El tenor, quizás el más versátil entre todos los de su cuerda que continúan en activo, obtuvo una popularidad galáctica cuando fundó Los 3 tenores junto a José Carreras y Luciano Pavarotti. "Si quieren que me quede a cenar, pónganme la voz de Plácido", solía decir el genial italiano a menudo. Con la alcancía a rebosar, nuestro perfilado no ha dudado en plantar en el mercado productos como los discos Italia ti amo y 100 años de Mariachi. Tampoco se le cayeron los anillos en 2006 cuando interpretó el tema central de la telenovela Alborada. Nada de esto ha pasado desapercibido para sus críticos, siempre al acecho para afearle aquello de que un mismo tipo no puede cantar Clavelitos hoy y mañana protagonizar Madama Butterfly saliendo airoso de ambas empresas.

Plácido Domingo lo ha cantado todo. Canciones infantiles y navideñas, música latinoamericana, pop... En su camino por poco el balompié lo quita de en medio, probó a ser futbolista profesional en México en la década de los 50. Pero hoy, en 2012, cantando Thaïs en Sevilla y a punto de hacer Simon Boccanegra, de Verdi, en la Ópera de Viena, nadie podrá escatimarle que siga haciendo con su voz lo que le dé la real gana. Porque así se lo reconoce el público y los premios, la lista en este apartado es casi de Libro Guinness, los tiene todos. Lo difícil sería encontrar el que le falta.

Tiene un caché millonario y un gusto musical extremadamente conservador a la hora de hablar de modernidad. Pero su entrega a Beethoven, Puccini o Wagner es total, aunque no siempre esté a la misma altura y aunque de vez en cuando peque de imprudente por lo ambicioso de una agenda que puede rivalizar con la de ídolos jóvenes del clásico como el pianista Lang Lang. Huidizo con los periodistas y entregado con el público, Domingo ha regresado a Sevilla, después de que su última comparecencia aquí la hiciera el siglo pasado, con un festival de música bajo el brazo. No sabemos cómo ha brotado la seta, pero es buena y necesaria en una ciudad que necesita respirar más y más cultura. Gracias.

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