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El carajal socialista

Para aquellos que no sepan nada sobre financiación o sólo los conceptos básicos para decodificar el asunto -somos mayoría absoluta- el increíble mundo de las balanzas fiscales y el tironeo autonómico está resultando de lo más clarificador. De las balancitas ya sabemos que no sirven para nada...

el 15 sep 2009 / 08:43 h.

Para aquellos que no sepan nada sobre financiación o sólo los conceptos básicos para decodificar el asunto -somos mayoría absoluta- el increíble mundo de las balanzas fiscales y el tironeo autonómico está resultando de lo más clarificador. De las balancitas ya sabemos que no sirven para nada. Y de los gobiernos territoriales, que se han autoconcedido barra libre.

Todo esto es muy propio de los catalanes: mucho ruido, notables artificios proféticos sobre desapegos y desamores, amenazas varias y pecho inflado; pura mise in scene con banda de música. Al abrirse el telón, mucho seny, aparente control de la situación. Cuando acaba la función y queda un churro en forma de balanza fiscal, se baten ceremoniosamente en retirada. ¡Cuánta matanza para tan poco magro! Ninguno de los dibujitos a la carta que ofrecen los redactores del estudio fiscal satisface a quienes pretendían demostrar la intrínseca cara dura de quienes aportando muy poco reciben muy mucho.

Y eso que un power point con todos sus aliños da mucho de sí. Yo recuerdo haber visto los que enseñaban algunas empresas inmobiliarias cuando España era rica -hace seis meses- y es que te acojonabas de tanto poderío imperial. Pero al final eran sólo eso: dibujitos de colores con grifos monomando marca Grohe o similares. Igual que las balanzas son sólo eso: meros ejercicios teóricos que enseñando algo más que la pantorrilla no han permitido el top less fiscal que añoraban sus promotores.

Porque en sí mismas son una falsedad argumental, mientras que su elaboración sólo atestigua dónde se pagan los impuestos, ni siquiera el lugar donde se genera la riqueza. Y ahora qué. Pues que tenemos a Griñán para explicárnoslo a los neófitos con porte de ministro. Nunca estuvimos en mejores manos ni tuvimos tanta credibilidad doctrinal, política y didáctica.

Los de las balanzas, para cuadrar cuentas han sumado los fondos procedentes de Europa -es decir, dinero que no aporta ninguna comunidad- y el gasto en las pensiones de los jubilados que residen en en cada territorio -eso se llama solidaridad interregional-. Por lo que sé las balanzas son como el gazpacho: hay tantas posibles como consumidores y cada uno le da su puntito.

Pero es que, para colmo, los andaluces hemos salido bien parados de la celada fiscal que pretendían tendernos: la pongas del derecho o la pongas del revés, estamos en la mitad de la tabla, como España en el medallero olímpico. Ni mucho ni poco. Como debe ser. Los andaluces aportamos más respecto a nuestra participación en el PIB y cobramos por habitante menos de lo que cobra la media de las restantes autonomías. Pues vaya negocio que ha hecho el socialista Castells, quien a la desesperada ha ido a retratarse con Gerardo Camps, el consejero de Economía valenciano y portavoz el PP en el Consejo de Política Fiscal y Financiera.

Todo esto significa que no era verdad lo que nos contaban y que si atendemos a las conclusiones de los estudios -las comunidades donde hay rentas más ricas se pagan más volumen de impuestos que en las que hay rentas más pobres- se concluye que para este viaje no hacían falta balanzas. De hecho, el asunto no son las balanzas, sino la búsqueda desesperada de un resquicio por parte de Cataluña para alcanzar esa cima que ha perseguido el nacionalismo -¿qué es hoy el PSC?- desde que se configuró el Estado de las Autonomías: la asimetría, el ventajismo, la diferenciación respecto del otro.

Por eso se pone más énfasis en la bilateralidad excluyente, que parece pesar más en el discurso de fondo que el 8% de los impuestos especiales que están en disputa. Aparte de las exigencias de Castells, que cada vez que hace un informe le cuesta al Estado 10.000 o 12.000 millones de euros no se sabe a cuento de qué. Y he ahí el problema. Que el PSC, siendo un partido coaligado, es parte del PSOE, de su proyecto político, de su marca electoral, su estrategia y su grupo parlamentario.

Pero no lo parece. Igual amenaza un día con promover una reforma federal de la Constitución que con segregarse del grupo socialista del Congreso o con no apoyar los PGE. Esa actitud ha contagiado a otras comunidades socialistas, que empiezan a deslizarse por la misma pendiente de la demagogia y el barrer para casa.

Tanto poderío orgánico como ha demostrado en el reciente congreso federal debe servirle a Zapatero para poner orden en casa. Si no lo hace, el PSOE dejará de ser un partido reconocible, con un discurso único -con matices, pero único- para todo el Estado y correrá el riesgo de engrosar las filas de las organizaciones prescindibles en las que cada uno dice lo que mejor le conviene y hace lo que le da la gana.

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