Mientras la oposición a Manuel Ruiz de Lopera y su extinguido modelo de gobierno brindaba por el auto de la Audiencia Provincial de Sevilla, el Betis aterrizó en Villarreal.
Se hospedó en su cuartel general fatigado, mustio y zaherido por el lenguaje visceral de la envidia corrosiva que habita en el cuerpo de algunos 'voceros' del anterior régimen, aquel que, con la justicia y la sensatez en la balanza, aportó años de gloria y farándula en La Palmera antes de que la locura nublara la mente y la cuenta corriente de los elegidos.
El Betis estrenó su libertad en un océano de fábricas y ante un filial con el rol de revelación grabado a fuego en sus ropajes. La hazaña copera ante el Barça de Guardiola y Messi se cobró el peaje de la humanización del 'campeonísimo'.
Ya sintieron en su mente la fatiga y en su cuerpo el miedo Hércules, Mallorca y Athletic, los tres únicos que habían sido capaces de arañar el rostro del Barça hasta que la perfección del Dream Team se posó sobre el césped del Villamarín. Todos, sin excepción y presas de un desconcertante sortilegio, sucumbieron en su cita posterior a la balada con el éxito.
El Hércules, que infringió la única derrota a la tropa del general de Santpedor en Liga, cedió días después ante el Valencia, como el Mallorca, que igualó en Can Barça, ante el Espanyol o el Athletic, que acarició el KO copero, ante el Dépor y el Málaga. Es el precio de la gloria transitoria.
Y el Betis, el de los imposibles y la fe, no pudo esquivar el capricho de un destino que parece escrito pese a los mensajes de cautela y humildad de Mel, hombre de principios y 'podrido' de inteligencia.
Con Salva Sevilla en números rojos y Rubén Castro desorientado, el Betis fue más previsible y menos mortífero que de costumbre en una Segunda en la que debe continuar enarbolando la bandera de la soberbia. La autocomplacencia es propia del cobarde y Mel, capaz de retar a Guardiola, es valiente por naturaleza.
