Cultura

El Cid se presintió triunfal pero acabó en la decepción general

La indefinición fue algo constante en la tarde, con unos toros que en su mayoría se movieron, algunos muy humillados e incluso apuntando buen tranco. También con la misma frialdad de los tendidos a la hora de calibrar la verdadera importancia de lo sucedido. Foto: EFE.

el 15 sep 2009 / 01:50 h.

La indefinición fue algo constante en la tarde, con unos toros que en su mayoría se movieron, algunos muy humillados e incluso apuntando buen tranco. También con la misma frialdad de los tendidos a la hora de calibrar la verdadera importancia de lo sucedido.

Un caso flagrante fue el de El Califa con el buen primer toro. Una faena de muchas prisas, "amontonándose", como se dice en la jerga, dio al traste con las ilusiones de un triunfo claro. Se lo merecía desde luego el toro, noble y humillado. Lo peor fue que cuando se perfilaba con la espada en el segundo intento, el toro hizo por él echándoselo a los lomos en una espectacular voltereta, de la que salió visiblemente maltrecho. Pasó por su propio pie a la enfermería, de la que ya no volvió a salir.

El Cid tuvo que matar tres por el percance apuntado. Y estuvo bien en su primero toreando con temple y mucha seguridad, en series cada vez más largas, pero la falta de contundencia con la espada dejó todo en una fría ovación. Buena faena también la que llevó a cabo el de Salteras en el cuarto, al que toreó con suavidad, a base de toques apenas imperceptibles. Trasteó muy resuelto en el que desmereció un final encimista, desarme incluido, y sobre todo que otra vez faltó veneno en la tizona. Ya al último, toro sin continuidad en las embestidas. El Cid lo mató sin más.

Perera también acarició el triunfo en su primero. Muy metido con el toro, llevándole tapado, le sacó muletazos de trazo largo y sentido. Estremecedor parón final haciendo pasar al toro cuatro veces en viajes de ida y vuelta sin rectificar un ápice, y con los pitones rozándole la taleguilla. Tremenda seguridad y arrogancia. Pero faltó matar como Dios manda. En el que hizo quinto, otra secuencia de arrojo y seguridad, en la apertura de faena con un ajustadísimo pendulazo. Pasó el toro por donde no cabía. Y Perera sin pestañear. Pero enseguida se puso todo cuesta abajo, con el toro cada vez más corto de embestida; y el viento, dificultad añadida.

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