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El ciento y la abuela

El día en que El Correo de Andalucía abría a todo trapo con la esquela del augusto gerifalte sevillano Juan Marañón, la misma mañana en que el presidente Maura se reunía en Madrid con sus ministros para atajar el problema de los duros falsos, martes 28 de julio de 1908, nacía en el número 8 de la calle Sierpes la paisana Ana Villar Ramos... Foto: Gregorio Barrera.

el 15 sep 2009 / 08:45 h.

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El día en que El Correo de Andalucía abría a todo trapo con la esquela del augusto gerifalte sevillano Juan Marañón, la misma mañana en que el presidente Maura se reunía en Madrid con sus ministros para atajar el problema de los duros falsos, martes 28 de julio de 1908, nacía en el número 8 de la calle Sierpes la paisana Ana Villar Ramos, cuya segunda gran proeza en esta vida ha sido asistir hoy a su centenario con esa salud y esa alegría que a partir de los cuarenta años empiezan a considerarse envidiables.

Por delante de ese mérito, ostenta el de hacerlo rodeada de una familia que se la come a besos. Y a gritos. Porque de todos los sentidos, el que mejor conserva doña Ana es el de la etiqueta, de tal modo que no consiente en profanar la visión de su porte y su galanura con un aparatejo que suma, a sus cualidades más chabacanas y miserables, la ordinariez de permitirle oír lo que dicen los demás.

Retrepada en su silla de ruedas, que con ella encima adquiere visos de solio o palanquín, la decana de la Residencia de Mayores de Heliópolis contempla el mundo con una indolencia tan augusta que diríase que estuviera tras la baranda de una caseta viendo pasar caballistas.

"Es muuuuuy coqueta", advierte Inma Fajardo, la directora del centro, con el mismo afán preventivo que emplearía para explicarle el concepto de la fragilidad a un niño que jugueteara con una licorera de cristal de Bohemia. Pepi Lugo, nuera de la homenajeada y sobrina de Antonio Machín (de lo cual su suegra presume horrores), lo explica: "Ella es muy tranquila y muy cariñosa, pero como le toquen el pelo... ¡Ay, como le toquen el pelo! ¡Cómo se pone!"

"Hummmmmmm..." Eso y una mirada caída, como de importarle medio comino, es todo lo que responde doña Ana cuando se le pregunta por su recuerdo más antiguo y otras zarandajas propias de periodistas. No es un problema de lucidez, de la que anda sobrada. Da la sensación de pensar que, si tanto le importaban a la prensa sus cien años, mejor hubiese sido previsora y le hubiese hecho la entrevista a mediados de los ochenta, cuando todavía tenía cuerpo para perder una mañana cambiando impresiones.

Con todo, dos afirmaciones se repiten entre silencio y silencio: "Yo siempre he estado recogida en casa porque nunca he sido de salir" (de lo que se deduce que no trabajar alarga la vida, tomen nota las autoridades sanitarias del Estado del Bienestar) y "Teníamos un coche de caballos muy bonito y una jaca que se llamaba Morita, je, je".

Va a haber que irse a Heliópolis: dos centenarios en dos años. Qué delicia de señora y qué derroche de sabiduría. En la vida no ha atendido otra tarea que las de coser y pasearse. Las dos únicas cosas que le pide a la vida son "gazpacho y cerveza", lo cual tira por tierra toda la obra filosófica posterior a Santo Tomás e invita a reflexionar sobre el descuido que padecen las grandes verdades del ser humano.

Junto a ella festejan este día todos los amigos de la residencia, donde lleva 28 años -casi desde que se abrió - por decisión propia, además de su nuera, su nieta Caridad del Cobre (así llamada en honor a la patrona de Cuba, tierra de Machín) y su guapísima bisnieta Raquel. El ciento y la abuela. "Lo mejor de la vida es la familia", susurra. "Y una cervecita", se oye por detrás, entre risas. Dicen de doña Ana que es una señora bien. Y tan bien.

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