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El cine español, los Goya y otros animales

Pasados los Goya, los Oscar, y, a la vista de los últimos estrenos en cartelera, hay ciertas cuestiones que uno se pregunta: ¿Por qué tenemos tan mal gusto? ¿Por qué seguimos riéndonos de todo? ¿Por qué nuestro pueblo abriga tan poca fe en sí mismo?

el 15 sep 2009 / 23:20 h.

Pasados los Goya, los Oscar, y, a la vista de los últimos estrenos en cartelera, hay ciertas cuestiones que uno se pregunta: ¿Por qué tenemos tan mal gusto? ¿Por qué seguimos riéndonos de todo? ¿Por qué nuestro pueblo abriga tan poca fe en sí mismo? Y, ya que hablamos de creatividad en general, y no sólo de cine, ¿cómo es posible que una serie de TV reciba el burdo título de Pelotas?

Todos sabemos que la infraestructura del cine español es nula, que sólo se da salida a sainetes y a películas de medio pelo de pretendido trasfondo social, que no interesan a nadie; pero, además, conviene saber que una buena porción de filmes nacionales ni siquiera llega a estrenarse, y que vive exclusivamente de subvenciones. ¿Cómo es posible? ¿Será que, en este país, el talento ni se aprovecha ni se invierte, y que la anémica industria está en manos de una familia sin vocación empresarial?

Sonroja recordar cómo transcurrió la gala de los Goya de este año. Sonroja recordar a la actriz presentadora parodiando, al modo carpetovetónico, el beso de Adrian Brody a Halle Berry. ¿Recuerdan aquel artístico beso? Sí, he dicho artístico porque pasaba por espontáneo y porque había una fresca hermosura en él. Bueno, en los Goya fue necesario parodiarlo para demostrar que somos distintos. Por último, sonroja comprobar qué películas se llevan los Goyas importantes, y nos gratifica saber que el público les da la espalda en un ejercicio de justicia retributiva.

Cierto, el mercado está copado por la industria norteamericana; pero, si deseamos hacernos con un público y alimentar una cuota de mercado creciente, no bastará con legislar, habrá que dar salida al talento, premiar la iniciativa y dar esquinazo a padrinazgos y privilegios. Opino que un país sin fe en sus creadores y en su mercado, es un país sin fe en sí mismo, sin orgullo; es un país que sólo existe de boquilla. Qué pena si éste es un país que, a la luz del sol, se ríe del vecino y del extraño, del esfuerzo y del sacrificio, que premia el fraude y la holgazanería, mientras, con la luz apagada, a oscuras y en secreto, aún se conmueve con las películas americanas.

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