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El club de los ‘otros’ padres

Familias sevillanas de acogida se reúnen con idea de crear una entidad, hasta ahora inexistente, con la que conocerse, sumar fuerzas, compartir experiencias y resolver juntos los problemas y casos que suelen surgir en esa situación legal.

el 24 may 2014 / 23:37 h.

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 Andres Gotor y Raquel Gómez estan en proceso de tener una asosicacion de familia de acogida. / J.M.Paisano Andres Gotor y Raquel Gómez estan en proceso de tener una asosicacion de familia de acogida. / J.M.Paisano Raquel Gómez y Andrés Gotor participan de una de las experiencias más imprevisibles, arriesgadas, emocionantes, educativas y vitales de cuantas el ser humano haya sabido resumir en tres palabras: son padres de acogida. Una situación que comparten en la distancia con más de 700 familias sevillanas, y en la que, pese a contar con la regulación y el control de la Junta de Andalucía, se echa de menos una asociación de particulares –como las que hay en Córdoba y Málaga– en la que puedan conocerse, unirse y, llegado el caso, ayudarse mutuamente. De manera que había dos opciones:seguir lamentándose por esta ausencia y afrontando cada cual su peripecia en solitario o bien hacer lo que han hecho ellos: enviar un correo electrónico a todas las familias acogedoras de cuya existencia han podido enterarse y citarlas para reunirse y ver qué se puede hacer. A la convocatoria asistieron esta semana un puñado de parejas, y pese a no haber sido un encuentro multitudinario, Andrés Gotor dice haber encontrado en esta primera toma de contacto un buen punto de partida para intentarlo. Su esposa está de acuerdo. «Merecería la pena aunque solo fuese por relacionarnos con otros padres de acogida como nosotros y poder contarnos cosas, compartir experiencias», explica Raquel, «porque muchas veces se atraviesan episodios complicados en los que uno, que se encara por primera vez en su vida con estas cosas, no sabe muy bien cómo actuar», más allá de su buena voluntad de hacerlo todo lo mejor posible. «Ytambién sería muy bueno para los propios niños, que de esa manera podrían conocer a otros chiquillos que están igual que ellos y dejarían de sentirse como si estuviesen solos en su situación». Andrés coincide: se trata de hacer piña, «ayudarnos, ver cómo podemos conocernos, contactar, quiénes estamos... Es un proceso que hay que hacer de la mano de la administración autonómica, por supuesto, pero es importante hacerlo porque hay muchas formas de ayudar a estos niños y a las familias, que a veces pueden verse solas y sin saber qué hacer ante problemas» recurrentes en estos casos, explica. «La reunión ha sido solo un primer paso, después del cual hay que seguir dando otros muchos. Pero ha habido mucha receptividad y no solo han acudido padres y madres de acogida que ya lo son, sino otros y otras que desearían serlo». Para contactar con él, la dirección de email andresgotordeastorza@gmail.com. Como explica Gotor, queda mucho por delante, «prácticamente todo», porque el asunto es altamente delicado y, encima, diverso. Como explica el Observatorio de la Infancia en su página web, «el acogimiento puede ser realizado por la familia del menor o en una familia ajena y puede ser simple, permanente, de urgencia o profesionalizado. El simple es de carácter transitorio. Se aplica cuando se prevé una reinserción a corto plazo del menor con su familia biológica. Tiene un plazo máximo de dos años y está dirigida a menores de cualquier edad (preferentemente para los de más corta edad). El permanente se lleva a cabo cuando no hay previsión de reinserción en la familia biológica (extensa) y está dirigido, por lo general, a niños y niñas  con más de siete años. En este caso la medida puede llegar hasta la mayoría de edad». No hay que profundizar más en estas modalidades para comprender que los procesos de adaptación mutua son más llevaderos cuando hay cerca de uno alguien que ha pasado por lo mismo o similar. «Nos vimos solos». «Los niños vienen con su maleta», dice Raquel Gómez, y no se refiere a la que contiene la muda. Cada uno de esos chiquillos, según cuenta, es un mundo inmenso y diferente y viene de vivir una experiencia personal y sin igual, a veces traumática, que requiere paciencia, comprensión, trabajo, amor y generosidad por parte de la familia que los acoge. Andrés y ella acogieron a un niño nigeriano hace seis años. Con el paso del tiempo, la pareja ha conseguido normalizar su vida con este ingrediente añadido y, como afirman ambos, «para nada» se arrepienten de lo que han tenido que pasar para llegar hasta aquí. Pero aunque no se arrepientan, algunos de los trances vividos habrían sido más dulces de haber contado con algún apoyo extra, por ejemplo esa asociación hasta ahora inexistente. Qué bien les habría venido, dicen, «alguien con quien hubiéramos podido hablar de esto y que nos comprendiera». Al principio, «nos vimos solos. Desamparados». Ellos tienen ya hijos mayores y, cuando recuerdan las vicisitudes atravesadas en el proceso de acogimiento, adquieren plena consciencia del esfuerzo aplicado. La frase de la madre es elocuente: «Nosotros estamos ya en edad de disfrutar de otras cosas», y no enfrentándose cada cuarto de hora a un muro de hormigón por razones psicológicas, administrativas o de cualquier otra índole. «Merece la pena organizarse».

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