No Sucede lo mismo que con las personas: a las cosas, cuando se prolongan más de lo debido, comienzan a sobrevenirles achaques de todo tipo. Eso es lo que les está pasando a las setas de la Encarnación y a la Encarnación misma, raíz de esa intervención en uno de los enclaves claves de la ciudad. Si los achaques son muchos, el dinero para su remedio puede irse en farmacia y cuando pasa eso suele optarse por cortar por lo sano. Y lo sano en este caso era el Museo de los restos de la Sevilla romana aparecidos en su subsuelo cuya apertura ha quedado aplazada sine die.
De modo que, como en tantas otras ocasiones, hemos dado una vuelta completa y nos encontramos en el mismo sitio que hace años cuando se deshojaba la margarita sobre si abrir o no el aparcamiento. Entonces -y hasta mucho después- se argumentó con la importancia del yacimiento arqueológico: la aparición de una Hispalis desconocida, que cambiaba todos los parámetros sobre la importancia de la ciudad antigua, añadía un plus muy importante al proyecto convirtiéndolo no ya sólo en un hito urbanístico sino en un centro neurálgico.
Ahora la importancia del Antiquarium parece que ya no era tanta y estamos como al principio: con una obra ciclópea que, indudablemente, cambiará la estampa del barrio aunque no se sepa muy bien qué significará en la vida cultural de la ciudad. Cuando París levantó el Centro Pompidour aquel barrio también cambió pero no principalmente porque allí se plantara una mole arquitectónica sino porque en su interior hubo salas de arte, bibliotecas, museos; porque era un centro con alma que revitalizaba el lugar. Dar por terminado -cuando se termine- el Metropol Parasol sin poner a latir su corazón me parece una mala noticia. Puede acabar siendo un coloso con pies de barro y columnas embadurnadas de grafitti.
Antonio Zoido es escritor e historiador.