Cultura

"El ‘crack’ del 29 fue tan mal gestionado como nuestra crisis"

el 17 dic 2011 / 21:01 h.

Rubén Castro, en la imagen en Santa Justa, será titular en el Calderón.
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Y tras una época de despilfarro, en la que los nuevos ricos gastaron lo que no tenían, llegó la debacle. ¿Les suena? No, no hablamos del momento actual, sino de un posible resumen del mundo que Francis Scott Fitzgerald describe en Mi ciudad perdida (Zut Ediciones), una colección de ensayos autobiográficos que el escritor estadounidense fue publicando en los años 30, en pleno "crack", y que la sevillana Yolanda Morató ha rescatado, compilado y traducido en una impecable edición. "El comienzo del siglo XX que describe Fitzgerald se parece mucho al del siglo XXI: ruptura con el romanticismo y la vieja moral, liberación de la mujer, avances tecnológicos... Y una crisis tan mal gestionada como la que vivimos hoy", afirma.

Como nuevos ricos, Fitzgerald y su esposa Zelda conocieron la opulencia. Sin ir más lejos, una de las piezas incluidas en este volumen se titula Cómo vivir con 36.000 $ al año. Un año después, el dinero se les había esfumado. "Lo único que puedes hacer -sugirió Zelda- es escribir otro artículo". El vil metal es de hecho un elemento central en la edición de Yolanda Morató, tanto que en el anexo final especifica las cantidades que el autor de El Gran Gatsby cobró por cada uno de sus artículos. "Ahí se puede comprobar cómo afectó la crisis al periodismo", señala la traductora. "En el año 24 cobraba 1.200 dólares por pieza, en el 29 eran 100, en el 33 bajó a 50... ¡Y era Fitgerald!".

En todo caso, este trabajo periodístico, que el escritor concibió desde el primer momento como una tarea unitaria -resulta apasionante comprobar los guiños y vasos comunicantes que se establecen entre unos y otros-, desempeñó un papel alimenticio fundamental. "Las novelas le dieron dinero, sin duda también los guiones de cine. Pero, como cuenta él mismo, cuando no podía llegar a fin de mes, se encerraba en una habitación el día entero, y no salía hasta que no tenía el artículo", explica Morató, que ya había traducido entre otros a Wyndham Lewis, Georges Perec y Rebecca West.

A la hora de traducir a Fitzgerald, Morató ha debido sortear no pocos escollos: "Sus escritos tienen siempre una apariencia simple y coloquial, que esconde un estilo muy cuidado. Siempre se las apaña para esconder bien el andamio. Por otro lado, quería plasmar el lenguaje de la era del jazz sin pervertirlo y que rechine al lector de hoy. Sobre todo, me gusta cogerle el tono a los autores".

Por otro lado, este libro supone la culminación de un sueño frustrado de Fitzgerald, que en diversas ocasiones intentó persuadir a su editor para que reuniera esta producción tal y como aparecen en Mi ciudad perdida. En ellos encontrará el lector secretos de la cocina literaria del escritor, reflexiones sobre la mujer y la familia, curiosas evocaciones de hoteles por los que pasó el matrimonio o notas memorialísticas basadas en lo que bebían. "Y como telón de fondo, el fracaso", subraya Morató. "En cada uno de estos ensayos, hay un fracaso antiguo que le persigue. Y, al mismo tiempo, Fitgerald contó su vida y supo vivir de ello".

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