Cofradías

El Crucificado del Buen Fin custodiará el costal de Alejandro

La hermandad del Buen Fin recordó ayer al costalero fallecido hace apenas un mes tras un ensayo.

el 17 abr 2014 / 01:06 h.

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Hermandad del Buen Fin, Iglesia San Antonio de Padua Foto: Carlos Hernandez Hermandad del Buen Fin, Iglesia San Antonio de Padua Foto: Carlos Hernandez MÁS FOTOS EN LA FOTOGALERÍA «¡Alejandro!», llamó el capataz, «tú sabes cómo me gusta: los zancos en tierra y el corazón al cielo. Que lo tengas a tu veras y le digas que le quiero». Ésta fue la dedicatoria de la levantá que llevaría hasta la calle al Cristo del Buen Fin. El recuerdo del capataz Manuel Vallejo a Alejandro Díaz Morales uno de sus costaleros que ayer no estaba bajo las trabajaderas porque hace apenas un mes murió en un accidente de tráfico después de uno de los ensayos. Pero sus compañeros llevaban su costal que le había entregado minutos antes de la salida un familiar y, terminada la estación de penitencia, «se guardará para siempre entre la mesa del paso y la morcilla de las flores». Antes, cuando llamaba a sus hombres al palo y el antiguo capataz, José Ramírez, hoy hermano mayor de la corporación de San Antonio de Padua, quería poner orden entre los costaleros, la banda de Las Nieves de Olivares, desde el presbiterio, empezó a tocar Cristo del Buen Fin, de Lerate. Y ya no hubo manera de contener las lágrimas. Los besos y abrazos se sucedían pero todo era «muy distinto» al año pasado, confesaba Ramírez. Entonces la cofradía decidió no salir pese a que las restantes de la jornada se echaron a la calle y lograron evitar el chaparrón que marcó para siempre el Miércoles Santo de 2013. La emoción contenida dentro del templo tenía su reflejo fuera, en la calle. Desde una hora antes ya había sevillanos cogiendo sitio en la plaza de San Lorenzo para ver el saludo de esta hermandad al Gran Poder, que ayer amanecía en su paso después de cuatro intensos días de besamanos; en la calle Eslava, en Marqués de Mina y en San Vicente, donde los vecinos abarrotaban los balcones y custodiaban una petalada para la Virgen de la Palma. «¡Qué flores más bonitas lleva!», comentaba una señora apostada en la puerta. Y es que los priostes se esmeraron ayer por innovar sin estridencias: el monte de claveles rojos, salpicado de pericum del mismo color, con grandes rosas y astroemelias en las jarras de los candelabros. Para el palio, que recuperó ayer los angelitos con los atributos pasionistas entre las jarras delanteras, además de recuperar las flores de cera, que incluían detalles de espigas, rosas blancas con paniculata. Los sones de la Centuria Macarena esperaban al Cristo del Buen Fin en la calle, después de la saeta que interpretaron desde la acera mientras elevaban la cruz, tocaron Réquiem por San Vicente. Instantes después, mientras la banda de las Nieves tocaba Virgen de la Palma, Vallejo cedió el martillo del palio a José Ramírez para que llamara a los costaleros. Por él sería la «pequeña chicotá» que llevaría a la Virgen de la Palma desde el interior de San Antonio de Padua a la calle San Vicente. Pequeña pero tan complicada que nada más posar los zancos sobre los adoquines se produjo el primer relevo. Y es que la distancia entre las dos puertas, la longitud del compás de esta iglesia conventual, la misma del palio, impide que los costaleros puedan aliviar su trabajo. Nervioso por ocupar por primera vez la presidencia, Pepe Abadín se enfundó el antifaz: «El año pasado no salimos».

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