Cultura

El cuento chino del torismo

El mal llamado torismo atraviesa sus horas más bajas. Si el pasado lunes eran los otrora afamados cuadris los que derrochaban mansedumbre, ayer fueron los temidos cebadas -esa gran ganadería que sucumbió a la comercialidad inversa de la plaza grande y el torero modesto. (Foto: Javier Cuesta)

el 15 sep 2009 / 02:37 h.

PLAZA DE TOROS DE LA REAL MAESTRANZA

Ganado: Se lidiaron seis toros de Herederos de Cebada Gago, bien presentados y muy magros de carnes. Todos resultaron mansos y descastados en distintas medidas, especialmente el tercero, un buey de carreta que huía de su sombra. El segundo fue inválido, el quinto desarrolló muchísimo peligro y primero, cuarto y sobre todo el sexto, se dejaron torear en el último tercio.

Matadores: López Chaves, silencio tras dos avisos y silencio.

Luis Vilches, silencio y ovación.

César Girón, silencio y palmas de despedida.

Incidencias: La plaza registró poco más de media entrada en tarde espléndida y algo ventosa.

El mal llamado torismo atraviesa sus horas más bajas. Si el pasado lunes eran los otrora afamados cuadris los que derrochaban mansedumbre, ayer fueron los temidos cebadas -esa gran ganadería que sucumbió a la comercialidad inversa de la plaza grande y el torero modesto- los que dejaron una patética impresión del acusado bache, de su viaje sin retorno a los infiernos de la demagogia, de la mala selección, de la fiereza sin sentido que, paradójicamente, sólo conduce con billete de ida al pozo negro de la mansedumbre.

Magra y apretada de carnes, sin un gramo de más y presentada en escalera de pelos y tipos, a la corrida de cebada no la alentó la bravura. Pese a todo, hubo tres toros con diferentes grados de toreabilidad. Uno de ellos fue el sexto, un toro que como el resto de la corrida se movió por el ruedo en los primeros tercios buscando la puerta del campo de puro manso que era.

Se le dio fuerte en el caballo, y se paró en el quite a su matador, el joven César Girón, que aguantó las primeras embestidas descompuestas que el cebada brindó en la muleta. Se fue ahormando el toro, entregándose y templándose progresivamente en el engaño a la vez que su matador de apercibía de su buena condición para coser una serie que, después de una tarde en la que no se había dado ni un sólo muletazo con el nombre de tal, pareció musical celestial. Se templó Girón y despertó a los músicos de la siesta para volver a citar de nuevo sobre la mano derecha para instrumentar un breve mazo de muletazos en el que hubo toreo al ralentí.

Se quería marchar a los adentros el animal, y Girón hundió el trasteo al echarse la muleta a la mano izquierda, pitón por el que el toro se quedaba corto y rebañaba. Cuando volvió al lado bueno, el toreo ya surgió discontinuo, sin acertar a cogerle el aire para amarrar de verdad una oreja que se terminó de esfumar en el filo de su mala espada.

Ésos fueron los únicos muletazos de la tarde. El propio Girón había tratado de torear como si fuera una becerra de tentadero al manso de carreta que hizo tercero, un espectacular carbonero al que hubo que perseguir al trote desde los caballos de picar para dejarle algún refilonazo mientras éste huía por todos los terrenos de la plaza.

¿Por qué no se le condenó a banderillas negras? Insistió hasta más allá de lo aconsejable César Girón, que intentó un esbozo de faena, muy cerrado en tablas, sin acertar a convertir la movilidad del manso en embestidas. En otras épocas, otros toreros, hasta le formaban líos gordos a este tipo de toros. Ayer se le habría agradecido con sinceridad que lo hubiera pasado sobre las piernas para echarlo abajo con habilidad. Pero parece que no andan los tiempos para tirar de cultura taurina y se pretende torear a todos los toros sobre el mismo patrón.

El utrerano Luis Vilches, en un delicado momento profesional, pudo mostrar su buen concepto capotero al lancear al segundo, que embistió más y mejor por el pitón izquierdo en ese primer tercio. Flojeó el toro en varas y posiblemente mereció ser devuelto a los corrales por una evidente invalidez que le impidió desarrollar el fondito de nobleza que dejaba traslucir en unos viajes cortos de puro flojo. No era material para Luis Vilches, que tuvo que asistir a la claudicación final del toro de Cebada, que no podía con su alma. En esa tesitura, la pelea final muy cerrado en tablas ya no venía a cuento.

A Luis Vilches sólo le quedó la rabia y la entrega que derrochó con el quinto, un toro que también se movió al relance en el primer tercio y que nada más empezar la faena de muleta le pegó un tornillazo a su matador. No se arredró el utrerano, que se mostró entregado y corajudo y hasta le sacó algunos muletazos en los primeros compases de su faena para no cansarse de estar siempre en la cara, por los dos pitones, a pesar de que el cebada siempre le buscó con saña.

Una estocada algo atravesada y un descabello autoritario sin el auxilio de los peones puso fin a la comparecencia de Luis Vilches en una feria que le habría sido vital para remontar el vuelo. Bien que lo sentimos.

Mucho más delicada es la situación del salmantino López Chaves que ni por asomo se pareció a ese torero valiente y entregado que el pasado año convenció en la Maestranza. Sin ideas, ahogado en una evidente crisis de valor, se mostró desconfiado e insolvente con el manso que abrió la tarde, que tomó la muleta a medias sin que su matador lograra ni un sólo muletazo. Para colmo, pasó un quinario para despenarlo, en un increíble sainete de aires decimonónicos al que sólo faltó el tercer aviso -que estuvo a punto de sonar- para completar el aguafuerte solanesco.

La misma canción se repitió con el cuarto, otro toro algo corto de viajes pero que no se comía a nadie y al que pasó con muletazos estropajosos. Para colmo, descubrió al público que por el izquierdo, el cebada era hasta bondadoso. Una pena.

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