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El derecho de la derecha

Dijo la vicepresidenta del Gobierno que los socialistas querían una oposición fuerte cuando, tras el Consejo de Ministros, le preguntaron por la situación del PP. Cualquiera que lo oyera sabría que no estaba diciendo toda la verdad.

el 15 sep 2009 / 05:43 h.

Dijo la vicepresidenta del Gobierno que los socialistas querían una oposición fuerte cuando, tras el Consejo de Ministros, le preguntaron por la situación del PP. Cualquiera que lo oyera sabría que no estaba diciendo toda la verdad. Los socialistas forman parte de un partido político que confronta electoralmente con el PP y fundamentalmente con ese partido. Nadie se creería si Fernando Alonso dijera antes de iniciar una carrera de Fórmula 1 que él lo que desea es que los adversarios suyos tengan coches potentes y fuertes. No he estado nunca en su lugar, pero seguro que todo corredor de velocidad lo que desea es que el coche de sus adversarios corra poco y a poder ser que pierda los alerones por el camino. De igual forma, al PSOE, competidor del PP, le viene de maravillas que el partido conservador derrape, pierda aceite y, a poder ser, la amortiguación se les estropee. Los socialistas del PSOE se están frotando las manos a estas horas, viendo la caza y captura que, desde dentro y desde fuera, se está haciendo contra el líder que hace un par de meses presentaron en campaña como la mejor alternativa a Zapatero.

Frotarse las manos desde la alternativa al PP es legítimo y comprensible, tan legítimo como manifestar una enorme inquietud, como ciudadano y español, por lo que está pasando y que debería constituir motivo de preocupación para quienes amamos la democracia y seguimos apostando por el sistema de partidos como única fórmula, por el momento, de articular la representación ciudadana. Y lo que está pasando se veía venir desde la noche electoral, cuando el PP no cumplió sus expectativas electorales.

Desde que la democracia se consolidó en España, a partir de 1982, después de la etapa de la Transición, hasta que acabe esta legislatura recién estrenada, en 2012, habrán transcurrido treinta años. De ellos, veintidós habrá gobernado el PSOE y sólo ocho el PP. En este encuentro de treinta años, los socialistas van ganando por 22 a 8. Para la derecha debe ser un resultado inesperado, teniendo en cuenta que muchos conservadores pensaron siempre que los socialistas seríamos un accidente en un camino que sólo a ellos correspondía protagonizar, y que otros muy ultras aceptaron y confiaron en Fraga cuando les hizo creer que lo de la democracia era un juego distinto que convenía jugar porque el resultado sería el mismo que el de la dictadura pero a lo moderno. Acostumbrados como estaban a ganar por 40 a 0 durante los larguísimos años de la España uniforme y uniformada, resulta comprensible, pero habrá que parar que algunos aficionados del PP hayan decidido terminar con un juego en el que siempre ganan los mismos.

No se trata de una batalla por el poder en el seno del PP como afirman destacados comentaristas políticos; se trata de que ganen los conservadores que pretenden jugar a la democracia con la reglas que nos dimos los españoles con la Constitución de 1978 o de que ganen los que aspiran, en su desesperación, a saltar por encima del tablero y arrasar el sistema que tan malos resultados les ofrece a quienes siguen pensando que el poder les pertenece por derecho divino. La batalla en el PP es por mantener la compostura e intentar articular un proyecto de derecha moderna que sea capaz de ver los desafíos que se están planteando en una sociedad post-industrial o intentar jugar al todo o nada (todo el poder para ellos o nada de democracia para España) en la línea de lo que siempre fue la derecha ultramontana española, muy patriótica pero nada constitucionalista. La derecha moderna, democrática, europea, tiene derecho a jugar y ganar.

Zapatero dijo un día, en frase afortunada, que el PSOE es lo más parecido a España y a los españoles. Hoy, treinta años después de la conquista de la libertad para nuestro país, se puede afirmar que todo lo que de importancia y trascendencia se ha hecho en nuestro país es consecuencia directa del logro, trabajo y esfuerzo de los socialistas y de quienes confiaron en sus capacidades. Para bien o para mal, España, hoy, es la consecuencia del modelo de sociedad que un día pensaron e idearon los socialistas.

De tal forma que lo que iba a ser un mero accidente, se ha convertido en la sustancia que ha alimentado a España durante todo este periodo democrático. Hoy el PSOE es, además, el único partido que sustenta a España. Si se analiza lo que está ocurriendo en el resto de las fuerzas políticas democráticas, observamos que las más fundamentales, PNV, CIU, IU y PP, andan en un proceso de debate y lucha interna que los anula momentáneamente para articular un país con tantas peculiaridades como el nuestro. Esa es la razón por la que los socialistas tienen la responsabilidad de seguir manteniendo unido a su partido, a pesar de que en el seno del PSOE existen argumentos de sobra como para que se abriera un debate ideológico que permitiera aflorar las posiciones internas que existen a la hora de decidir cómo se reparte la riqueza entre los españoles y cómo se camina, desde la izquierda, a la aspiración irrenunciable de la igualdad. Mientras los demás andan entretenidos en cenas, inauguraciones, presentaciones de libros, ruedas de prensa, desayunos, comidas y cenas con conferencias -¿cuándo trabajarán?-, los socialistas deberán seguir ocupándose de articular la convivencia y responder a determinados barones regionales que dislocan la atención con propuestas de referendos imposibles, con incumplimientos de leyes soberanas como la no aplicación de la asignatura de la Educación para la Ciudadanía, o la impartición de esa asignatura en inglés.

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