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El desacople

Como el agua que se hiela en las hendiduras de las rocas y que acaba por hacerla añicos, así, pero a velocidad de vértigo, viene actuando esta ácida crisis sobre nuestro modelo político, social y económico.

el 12 jun 2012 / 10:11 h.

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Como el agua que se hiela en las hendiduras de las rocas y que acaba por hacerla añicos, así, pero a velocidad de vértigo, viene actuando esta ácida crisis sobre nuestro modelo político, social y económico. Lo que antes se nos presentaba como un compuesto cuasi perfecto aparece un día, para nuestra sorpresa, desgajado y quebrado. Los intentos por unir al todo las piezas caídas resultan frustrantes, pues sabemos que el ensamble nunca dará un resultado perfecto. Nuestra preciada piedra ha perdido su valor y, si la conservamos, es porque no tenemos otra de recambio para rellenar el espacio que durante años ha sido el suyo y el nuestro. La inercia social que nos empuja a conservar nuestro modo de vida no es más que una manifestación primaria del instinto que busca seguridad. Es por eso que, día tras día, vamos remendando nuestra maltrecha roca, por más que ya no disfrutemos mirándola.

Cierta mañana descubrimos que la ciudadanía andaba caída por un lado y la clase política por otro. Los segundos ya no eran de los primeros, cabría deducir. Ya nada tenían en común, al punto de que las he visto reprocharse su propia coexistencia -cuanto más lejos mejor-. El caso es que, de convivir en aparente armonía, pasaron a un desacople casi absoluto. La sociedad ha empezado a mirar a los partidos -y por ende a las instituciones donde están representados- como una oligarquía sospechosa y de difícil redención. Estos, por su parte, presos de sus propias servidumbres, no saben cómo explicar que el poder se les haya escurrido como el agua entre las manos. Quisieran salvar la cara y dar muestras de su utilidad, pero a la postre acaban por aseverar que el destino lo marca la crisis y que ellos no tienen la formula para contenerla como los ciudadanos quisieran. Los partidos de Estado, de forma escalonada, se sienten intervenidos y mutan de políticos a gestores dando igual, en consecuencia, que se nos impongan o que los elijamos. Se saben, además, representantes de un pueblo de nada o de nulos recursos sistémicos como para que tengan que temer por su concreta supervivencia. El desacople es tan enorme que a nuestra piedra se le ven las fracturas desde lejos.

El mal estado de la roca abre incluso una grieta en la pieza del Poder Judicial. Si se desgaja y se rompe, su sustitución será difícil y costosa. Sin embargo, todo está tan imbricado que ni tratarla podemos. Ligada por vericuetos inconfesables al poder político, prefiere el poder del Judicial asumir ese riesgo a tener que someterse a tratamiento: eliminar las impurezas y soldarla fuertemente al núcleo, la garantía de su independencia. Asimismo, una pequeña pero importante pieza, el Tribunal Constitucional, pide a gritos se la limpie. Pero no, no resulta fácil. El remiendo que hemos hecho con la de los partidos políticos la ha recubierto de tanto pegamento que la suciedad la tiene ya incrustada.

Es curioso, ahora que me fijo veo que nuestra roca tiene un trozo que, pese a aparentar mucho desgaste, no parece que corra ningún riesgo. El poder económico y financiero ni sufre ni padece. Y si lo hace, sabe que la fuerza de las demás piezas colaborarán en su particular equilibrio. Antes no era tan así, pero me temo que es la clave de bóveda de la arquitectura. Si cae ella, cae todo, eso nos dicen los geólogos de la globalización. Todo gira, pues, en torno a lo que Lasalle llamaba hace más de un siglo factores reales de poder. Las demás piezas se adaptan, mutan y cambian a su capricho. Su acelerado desmoronamiento tiene al menos la virtud de enseñarnos su verdad desnuda.

La miro y me da por pensar que a lo mejor ha llegado el momento de rehacerla con viejos y nuevos parámetros y sin más condiciones que las que impone nuestra voluntad de convivencia pacífica. Tal vez así, si nos lo propusiésemos seriamente, saldríamos de estas turbulencias con bases más firmes, por democráticas y justas. Una cosa tengo clara: soy yo (nosotros) el que mira, piensa y dispone. Y si no que le pregunten a los griegos cómo piensan acoplarse.

Profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla.

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