Local

El desembarco de la clase media desborda los comedores sociales

Más de un millar de personas asiste a diario a estos centros, mantenidos gracias a donaciones y voluntarios

el 26 nov 2012 / 08:53 h.

TAGS:

La extensión de los devastadores efectos de la crisis a familias de clase media ha aumentado tanto la asistencia a los comedores sociales que sus responsables se confiesan desbordados, aunque fieles a una filosofía que repiten como un mantra: "De aquí nadie se va sin comer". Solo que antes no había ocasión de ponerlo a prueba, y hoy más de un comedor admite haber tenido que "hervir arroz y mezclarlo con el guiso del día" en alguna ocasión al ver cómo en sus mesas se sentaban más comensales de los esperados.

Los perfiles han cambiado con rapidez y frente a las personas sin hogar, cuyo día internacional se conmemoró ayer, en la cola se ve ahora a gente joven , a personas con aspecto cuidado, perfectamente arregladas y peinadas, incluso maquilladas con esmero. Muchos extranjeros dan más la impresión de ser turistas que de necesitar alimento. Pero son habituales, según constatan quienes los saludan por su nombre al servirles el almuerzo.

"Buenos días, Manuel", sonríe Sor Esperanza a un hombre no demasiado mayor mientras le sirve menestra en una bandeja metálica. "Qué bien huele, hermana", responde educado este habitual del comedor del Pumarejo, regentado por las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl y el que más comidas sirve en Sevilla, una media de 310 al día. Hace un año eran 250, explica Sor Esperanza, que confirma que este incremento, superior al 19%, ha cambiado el perfil de sus usuarios, de los muy deteriorados indigentes del Pumarejo, "a los que en muchos casos había que darles de comer a cuchara porque estaban imposibilitados", a familias afectadas por la crisis.

Son "vecinos del barrio que buscan trabajo pero no encuentran", como la pareja que llega con su bebé y pide una bolsa de alimentos que llevarse, "para la niña", dicen. "Para ella no, para todos", responde enérgica la religiosa. Además de las comidas, hay una lista de 500 familias a las que se entrega alimentos para que cocinen en casa, entre otros motivos porque los menores no pueden asistir al comedor. "Ahí sí que estamos desbordados. La comida se estira, pero con las bolsas a veces no llegamos", dice Sor Esperanza, que con los productos recién llegados de una donación europea está preparando ya bolsas con algún dulce para Navidad. Sus usuarios son, dice, españoles y extranjeros al 50%.

Más de mil personas acuden cada día a alguno de los cinco comedores sociales que abren sus puertas en Sevilla a cualquiera que lo necesite, a los que se suman instituciones con plazas de acogida como el albergue municipal o el centro de extranjeros. Además, en Tres Barrios una entidad ha comenzado a repartir alimentos y en el Polígono Norte otra asociación demanda comida para 200 personas que lo necesitan.

En la lista de comedores de Sevilla el más antiguo es el de Triana, también de las Hijas de la Caridad, que sirve a diario unas 290 comidas. Desde hace dos años le sigue el de San Juan de Dios, promovido en la calle Misericordia por la asociación Tú sí puedes, que prepara 120 almuerzos. Como a todos los comedores, le surten el Banco de Alimentos -que también se confiesa desbordado-, Mercasevilla y donaciones particulares, muchas de entidades cercanas.

Al comedor de la calle Misericordia, por ejemplo, la hermandad de Los Panaderos le garantiza el pan de todo el año. Labor de los voluntarios es repartirlo mientras llegan los usuarios, temprano porque es miércoles y hay servicio de ducha y reparto de ropa. Todo debe estar listo porque se sirven comidas por turnos durante varias horas, ya que los comensales siempre superan el número de plazas de los salones. Hoy se reparte un arroz en el que la cocinera, Puri Gómez, ha empleado ocho kilos de arroz, seis de preparado para paella y siete de verduras. "Tiene que ser caldoso, no quieren paella sino un plato caliente de cuchara", explica la cocinera, que de segundo ha hecho 30 kilos de pollo al horno.

"Esto se organiza como una casa, con lo que hay: hacemos el menú de la semana, pero si el Banco de Alimentos nos da pescado y hay que gastarlo pronto, se cambia sobre la marcha". Se sirven primero, segundo y postre. Los usuarios saludan, apenas cruzan unas palabras y se sientan en el comedor en grupos. Pero en las mesas casi no hay conversación. Comen y se van rápido.

Los voluntarios sí los conocen, explica Sara Ruiz-Cabal, una de las 65 voluntarias que ceden su tiempo varias horas al día, ya que el comedor necesita diez para organizar, repartir la comida y fregar. "Hablan contigo, te cuentan sus cosas. Cuando se reparte ropa me dicen a veces: ‘esto no me gusta', y yo les tengo que decir que es lo que tenemos". Cuenta que la mayoría acude a diario, "menos el día que cobran la paguita, que ese no vienen, supongo que querrán comer en otra parte". Y que se ha notado mucho la llegada de esa gente joven que se queda sin trabajo y de repente se ve comiendo en un comedor social a diario porque no le llega para vivir.

"Le puede pasar a cualquiera", dice la asistente social, Ana Morilla, que entrevista y realiza un seguimiento al que acude al centro. Muchos son mayores, jubilados, sufren adicciones o dependencia institucional tras años en la calle. "Pero no dejan de llegar familias en las que los dos miembros tenían trabajo estable y al verse en el paro y no poder pagar la hipoteca, con menores a su cargo, se han visto pidiendo comida". El comedor reparte 950 bolsas al mes, con alimentos para mes y medio, para los hogares con hijos. Entre ellos hay 27 licenciados universitarios, "médicos, arquitectos, ingenieros", dice Morilla. Tiene activas 1.400 fichas pero en dos años han cerrado 225 por varios motivos, incluidas 33 porque han encontrado empleo; 52 han ingresado en comunidades terapéuticas para curar sus adicciones, siete en residencias de ancianos o discapacitados, "con lo que hemos aliviado su situación". Desde hace poco tienen también servicio de peluquería y atención bucodental.

El comedor de la Orden de Malta, abierto en la calle Mendigorría hace justo un año, sobrepasó sus previsiones nada más abrir. Calculaba un centenar de usuarios y en mes y medio alcanzó los 200, según su presidente, Fernando Parias. En este caso sí son en su mayoría personas sin hogar, que viven debajo de los puentes del río, extranjeros el 85%. "Nosotros no recibimos tanto ese fenómeno de la nueva pobreza, vienen pocos españoles". Sirve la comida entre las 17 y las 19 horas, porque es el horario de todos los comedores de la Orden, "un plato caliente muy contundente", y funciona también gracias a donaciones y voluntariado. "Estamos satisfechos porque estamos siendo capaces de responder, pero no es una buena noticia que venga tanta gente", admite Parias.

El caso contrario se da en el comedor de Bellavista, promovido por la hermandad del Dulce Nombre e instalado en un local prestado en la calle Manuel Gonzalo Mateu, que en sus cinco meses de vida ha pasado de una veintena de usuarios a no bajar de 130 cada día. "Aquí siempre viene la misma gente, el 99% vecinos del barrio", dice el hermano mayor, Alfonso Lozano. La comida la prepara una residencia de ancianos con la materia prima que envían, un voluntario la traslada en su coche y otros la sirven. Tienen incluso una asistenta social y tres estudiantes que la ayudan, todas voluntarias, para quien lo necesite. Lozano también admite que más de un día se han visto en apuros, desbordados por la demanda. Pero insiste: "Hasta hoy, nadie se ha ido sin comer".

  • 1