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El día de los locos

El Día de los Inocentes de ayer, ya en el baúl del olvido por la furia del consumo, fue desde antiguo y en muchos países, el Día de los Locos porque inocentes se los llamaba piadosamente a ellos y sus hospitales.

el 15 sep 2009 / 20:29 h.

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El Día de los Inocentes de ayer, ya en el baúl del olvido por la furia del consumo, fue desde antiguo y en muchos países, el Día de los Locos porque inocentes se los llamaba piadosamente a ellos y sus hospitales. Sevilla lo tuvo en la calle San Luís y Granada en la Carrera del Darro; en Fez aun se conserva con ese nombre en el Zoco de la Alheña, a mitad de la Gran Cuesta de la medina de los kairuaníes. Pero los locos del 28 de diciembre no lo eran de verdad: se hacían los locos en bromas o danzas, como las que hace años se bailaban aun en Cañada del Rosal, dentro de la provincia de Sevilla, y se bailan todavía en Fuente Palmera Y Fuente Carreteros, en la de Córdoba.

Es una de las costumbres que trajeron los inmigrantes alemanes llegados en tiempos de Carlos III a llenar los inmensos despoblados de Andalucía hasta la Meseta. Ayer, en medio de las noticias sobre la enésima masacre israelí en Palestina, después de otra bravuconada inútil e insensata de Hamás, leí casualmente unas entrevistas a descendientes de aquellos colonos, muchos de los cuales contaban que hasta hace poco no habían sabido nada de su origen germánico. Perdieron, como los locos, su memoria de nación pero conservaron, cuerdamente, su Fiesta de los Inocentes.

En la tierra de Esaú y Jacob -y en muchos más lugares del mundo- se hace exactamente lo contrario: se conserva airadamente y año tras año la memoria, mitificada por un folclore elevado a la categoría de Historia Sagrada, y se pierde la fiesta que resumía anualmente de generación en generación la identidad. En esta tierra en la que vivimos, con una historia llena de convulsiones, seguramente fue el bajar al territorio folclórico el drama y la tragedia lo que nos salvó de la locura, lo que ha hecho -hasta ahora- que el Día de los Inocentes sea un Dies Irae.

Nunca somo la cabellera de la diosa.

Antonio Zoido es escritor e historiador

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