El Día de los Inocentes era antiguamente en todo el mundo el Día de los Locos -de las locuras- y todavía quedan restos de ella en los pueblos de la provincia fundados por Olavide, donde la celebración conserva trazas germánicas. Ahora parece que la locura se ha extendido a todo el período festivo y por eso aletea por encima del tráfago una sensación de que "esto ya no es lo de antes". Esto ya no es lo de antes porque se come mucho más, se bebe mucho más y se compra mucho más, como si todo lo que ahora se hace antes no se hubiera hecho por ascética o por sentido trascendente de la vida. Pero no es verdad: si antes no se comían gambas era porque no podíamos comprarlas y se encendían fogatas porque no había luces.
Nadie era mejor antes; quizás ni mejor ni peor. Éramos tal como somos pero con menos dinero. En la noche del 24 pasado dieron a luz 80 mujeres en el Virgen del Rocío y la mitad eran oriundas de otros países. Llegaron hasta aquí en busca de esta locura, intentando salir de una situación similar a la que ahora muchos de nosotros recordamos con nostalgia. No era bella: éramos más jóvenes. En esa época que ahora vemos dorada teníamos muchos menos años y es ahí donde únicamente radica su belleza. Quién sabe si no es esa nostalgia la base atávica de la fiesta mundial de los inocentes, la fecha en la que nos volvemos locos para olvidarnos del paso del tiempo.
Antonio Zoido es escritor e historiador
