Los almonteños han saltado la reja a las 3:13 horas. Foto: EFE/Raúl Caro MÁS IMÁGENES DEL SALTO DE LA REJA Vuelta atrás. Lo conseguido en los dos últimos años en torno a la procesión de la Virgen de la Rocío parece haber caído en saco roto. Los almonteños, que habían recuperado el control con una serie de medidas que sorprendieron a todos los rocieros en 2012, no consiguieron hacerlas efectivas en la madrugada de ayer. La Blanca Paloma recorrió las calles de la aldea almonteña y saludó a todas las filiales durante 10 horas pero pisando la arena continuamente porque no lograban mantenerla en alto. Camisas blancas y caquis se confundían en el interior de la ermita del Rocío cuando el Simpecado de la hermandad Matriz entraba tras terminar el Rosario de las Hermandades ya en la madrugada del Lunes de Pentecostés. Los corazones de los almonteños no resistieron más la llamada de su patrona y saltaron la reja a las 3.12 horas, media hora antes que en 2013. Sin embargo, pese al pasillo central preparado para que la Virgen saliera en volandas por la puerta de la Concha y la limitación de público en el interior del templo, fueron necesarios muchos zarandeos hasta conseguir bajar a la Reina de las Marismas del presbiterio y, finalmente, optaron por las carruchas sobre ruedas para alcanzar las arenas entre las palmas y vítores de los rocieros entregados a su devoción. Las continuas caídas y el necesario esfuerzo para levantar el paso del suelo ralentizó mucho la procesión hasta el amanecer. Así, mientras en la romería de 2013 la Virgen tardó apenas un cuarto de hora en saludar a Huévar y Villamanrique, ayer llegaba ante el Simpecado de la Primera y Más Antigua a las 4.15 horas, una hora después del salto. Eso sí, parecía que no tenía prisa. Y ante el deleite de un Real lleno de rocieros en el que se produjo una trifulca que provocó algunas carreritas similares a las de la famosa Madrugá de 2000 en Sevilla, la Virgen recibió la primera petalada en la primera casa hermandad que visitaba a la par que lanzaban fuegos artificiales desde el santuario que llenaban de colorido la noche oscura y fría que se cernía sobre la aldea, recuperando así estampas antiguas que ya revivieron el pasado agosto con la salida extraordinaria de la Virgen con motivo del bicentenario del Rocío Chico o Voto de Almonte. Minutos antes salían por la puerta de la marisma Águeda y su hija Virginia. Feliz y entusiasmada, Águeda explicaba que acababa de saldar una deuda de hace una década. «No veía a la Virgen salir desde que se murió mi madre, precisamente durante la romería». Ayer no quería apartarse de su vera y, haciendo valer su condición de almonteña, quiso tocar su manto y el varal. Pero como vecina de Villamanrique, también quiso verla en el saludo a la hermandad de su pueblo adoptivo. Un saludo pausado que, entre idas y venidas, se prolongó durante casi 20 minutos. Antes de llegar a Pilas, Anita Morales, una de las camaristas, se subió al paso para retocar el manto de la Virgen llevaba el llamado de los apóstoles o de las hermandades que había perdido los habituales pliegues con los zarandeos y las caídas. Pilas, Coria, La Puebla del Río... y Umbrete. La Virgen se recreó ante el Simpecado de esta hermandad bicentenaria que, como siempre, regaló una lluvia de pétalos a la Blanca Paloma. También tuvo tiempo para la Macarena y para todas las que se sitúan en El Acebuchal, hasta acercarse, por la calle Sanlúcar, a la hermandad de Hinojos. Pero el tiempo iba pasando y antes de llegar a La Palma del Condando empezó a clarear el día. Cuando la Virgen saludó a Carrión de los Céspedes ya había amanecido. En Triana la aguardaban con impaciencia. Todos sus rocieros, en cuanto la supieron cerca, comenzaron a cantarle ese «Aquí estamos otra vez...» que ya corean todos los peregrinos. Después el rezo de la Salve ante el Simpecado, que no dudó en adelantarse para atraer a la Virgen hasta la puerta, y, de nuevo, el canto de la Salve de Triana entre todos. En Rociana, los niños aguardaban subidos en la carreta del Simpecado mientras llamaban a la par que el cura a la Virgen. Pero justo en este punto saltó la alarma. Carmen Morales, la camarista, estaba preocupada por el cimbreo del paso y pedía a los almonteños que evitaran tantas caídas. Javier Larios se subió al paso y comprobó el estado de los varales que parecían haberse desplazado, pero, tras ajustar los embellecedores, pareció todo solventado. No obstante, la camarista insistía en que lo mejor era recoger a la Virgen para evitar que volviera a producirse una rotura como la de hace tres romerías. Tras la visita a su casa y comprobar que todo estaba en orden, Carmen y Ana asumieron la decisión de los almonteños de continuar y visitar a todas las filiales. Eso sí, el ritmo se aceleró, los almonteños pedían que los Simpecados se acercaran para no tener que mover mucho el paso, como ocurrió a Tocina y Sevilla, aunque no dejó de caerse, la Virgen regresó a su altar a las 13 horas. Diego Torres, antiguo santero de la Virgen, intentaba encontrar una explicación: «Cuando cada uno va a hacer su procesión, por más que se prepare durante un año en las reuniones del pueblo, ocurren estas cosas. Debemos ir todos a una». Y precisamente la dualidad de camisas blancas y caquis ayer corroboran esta teoría. Otros almonteños se refugiaban en la presión que ejercen tanta gente en la aldea para presenciar la procesión y es que todas las calles estaban llenas.