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El día que Jesús escuchó mi súplica

Hace años una señora me escuchó interpretar una saeta en privado y me convenció para que le cantara a un crucificado de su pueblo desde un balcón. No sé cómo lo hizo, pero lo cierto es que no supe decirle que no y cuando me quise dar cuenta me encontraba en el balcón viendo venir el paso.

el 16 sep 2009 / 01:09 h.

Hace años una señora me escuchó interpretar una saeta en privado y me convenció para que le cantara a un crucificado de su pueblo desde un balcón. No sé cómo lo hizo, pero lo cierto es que no supe decirle que no y cuando me quise dar cuenta me encontraba en el balcón viendo venir el paso. Comencé a ponerme insepulto, las manos me sudaban y unos pestiños que me dieron para engrasarme la garganta empezaron a pelearse dentro de mi barriga a ver quién salía primero. ¡Qué cosa más mala! Cuando el paso llegó a la altura del balcón y Jesús me vio la cara, se compadeció de mí y no se detuvo. ¡Milagro! Mi rostro volvió a coger su venusto color nativo, las manos dejaron de sudarme y los pestiños limaron sus asperezas. La señora se agarró un cabreo morrocotudo porque no esperaba eso de Jesús. No sabía que yo estuve pidiéndole todo el día que no se parara en ese balcón. Nunca más se me volvió a ocurrir la idea de intentar cantar una saeta. ¡Uff!!

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