Rakitic y Marko Marin se saludan durante un instante del Sevilla-Getafe de la pasada campaña. Foto: Julio Muñoz (EFE) Hace ocho meses el sevillismo se llevaba una de las múltiples alegrías de la pasada temporada. Era una simple jornada de la Liga en Primera División ante un rival de la mitad de la tabla, pero aquella mañana del 5 de enero el Sevilla firmaba quizás su mejor partido en el torneo liguero. Tres a cero le endosó la escuadra hispalense al Getafe, pero lo que llamó la atención fue el juego desplegado por los pupilos de Unai Emery, que firmaron un encuentro casi perfecto en cuanto a nivel de juego y ejecución de las órdenes del técnico vasco. Aquel día, con el debate de los mediocentros y la posición de Rakitic más encendido que nunca, el Sánchez-Pizjuán vio en directo al Sevilla que Emery realmente lleva dentro. Aquel Sevilla-Getafe lo dibujó Unai bajo varias pautas discordantes con lo que finalmente acabó plasmando el técnico en el equipo y que le dio verdadero éxito. Por aquel entonces ya tenía arraigo en sus esquemas la colocación de un doble pivote defensivo que le diera tranquilidad a la defensa y sostén al resto de líneas. Bajo esas premisas resurgió el Sevilla después de marchar colista de Primera, con aquel punto de inflexión marcado en Cornellà (1-3 ante el Espanyol). Pero la vuelta después de la Navidad empujó a Emery a quitarse el corsé y jugársela con sus ideas ultraofensivas, las que tenía (y tiene) siempre en mente el entrenador de Hondarribia. El Getafe vio cómo un Sevilla sin pivote defensivo alguno (Mbia-Rakitic fueron los centrocampistas) y dos delanteros centro (Gameiro y Bacca) le pasaba por encima desarrollando un juego vistoso y sin pasar apuros defensivos. Fue tal el derroche de presión adelantada, coordinación de líneas y versatilidad en ataque que, salvando las enormes distancias, se pudo ver a un Sevilla con trazos de aquel equipo campeón que comandaba Juande Ramos y que en el césped tenía a varias estrellas de nivel mundial. Las armas utilizadas fueron las mismas y el resultado (en el marcador y en sensaciones) bien pudiera haberlo firmado aquel superequipo. Mi ilusión es que el equipo juegue bien y atraiga a la afición con energía, alegría, capacidad de hacer gol y un juego de fuerza, declaró Emery el pasado lunes. Y así es. Es difícil quitarle al técnico vasco la etiqueta de defensivo que algunos le pusieron en Valencia. Pero realmente el problema que impidió que el Sevilla tardara en carburar con Emery el curso pasado fue que el entrenador tenía unos planes demasiado ambiciosos, tirando de una idea muy ofensiva que dejaba al descubierto los muchos defectos defensivos que después, cuando cambió de planes, quedaban tapados por un bloque sólido y más junto. De hecho, aquella mañana de diversión, goleada y victoria reconfortante supuso un mal clavo al que agarrarse. Tras el 3-0 al Getafe llegó una racha de tres puntos de 18. Seis partidos en los que Emery no supo que sus pupilos dieran continuidad a las virtudes exhibidas el día de Reyes, a pesar de que en varias citas, por ejemplo ante el Levante (2-3), el juego de ataque fuese similar: dos goles y numerosas ocasiones falladas. Sin embargo, la falta de coordinación en el repliegue defensivo continuaba haciendo sangre, exigiendo una máxima efectividad arriba que pocas veces se produce en equipos como el nervionense. El Sevilla-Getafe de mañana irá por otros cauces. El debate sobre qué esqueleto debe tener el equipo llegará en cuanto Banega esté al cien por cien (no lo descarten para mañana). Como quiera que Mbia no está aún en condiciones, una idea similar a la puesta en práctica hace ocho meses no se podrá ver. En los tres partidos oficiales del presente curso, Emery ha optado por la fórmula que le hizo triunfar el año pasado. Krychowiak, Carriço e Iborra se han alternado como parejas en el centro del campo. Pero en cualquier momento puede llegar un día en que el verdadero Unai Emery salga de nuevo a relucir.