Los emigrantes de Andalucía y Extremadura a Cataluña y Madrid fueron pioneros en España de eso que se llama Turismo Rural, quizás los verdaderos inventores de una modalidad que este año crecerá por efecto de la crisis económica. No le llamaron nunca de esa manera, sino de la más sincera y rotunda que significa ir al pueblo andaluz o extremeño a pasar las vacaciones.
En los primeros años, menos porque tenían que enfrentarse a problemas como el de comprarse una vivienda o afrontar las deudas contraídas para adaptarse a la tierra que levantaron con sus esfuerzos, esa que no era suya. Fueron los más duros. No se acostumbraban a una ausencia que cada día cultivaba más la nostalgia. La vencían porque en el destino encontraron lo que les negaba la propia: trabajo.
Así lo decidieron los tecnócratas franquistas con un argumento de López Rodo que nadie pudo contestarle: es más rentable invertir en Madrid y Cataluña que en Andalucía o Extremadura. Una especie de solidaridad oficial de los pobres con los ricos, que aumentaron las rentas que ahora estos echan en cara para la financiación de las comunidades autónomas. En ese aspecto, no existe nostalgia, sino borrón y cuenta nueva como si fuera la cuestión semántica de llamarle Turismo Rural a la vuelta a los orígenes, pero en materias de dinero, la memoria está cumplida.
Periodista
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