Cultura

El discreto encanto de ‘Manon Lescaut’

El Teatro de la Maestranza levantó anoche el telón de la segunda ópera de la temporada. La música de Puccini y el canto de Ainhoa Arteta hicieron el resto

el 06 dic 2013 / 01:07 h.

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Manon Lescaut * * * Teatro de la Maestranza. 5 de diciembre. Manon Lescaut, de Giacomo Puccini. Intérpretes: A. Arteta (Manon), V. Vitelli (Lescaut). W. Fraccaro (Roberto Des Grieux), S. Palatchi (Geronte de Ravoir), A. Veramendi (Edmondo), A. Arrabal. M. de Diego. A. Rivas. J. de la Rosa. Coro del Teatro de la Maestranza. Í. Sampil, director. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Director musical: P. Halffter, director. Director de escena e iluminación: D. Flamand. Escenografía: T.Flamand. Vestuario: C. Gasc. Producción:Teatro Regio de Turín (Italia)

Sevilla 4/12/13   Oprea en el Maestranza."Manon Lescaut"Foto: El CorreoNos estamos acostumbrando a que las cosas sean al contrario de como deberían de ser. Un teatro de ópera es bastante más que un sitio donde solazarse con bellas melodías y espectáculos hermosos. ¿Qué dejaríamos entonces para los teatros de musicales o las antiguas revistas? Los tiempos oscuros que vive nuestro país están también menoscabando la personalidad de los coliseos líricos. No nos cansaremos de repetirlo y denunciarlo. No se trata de que el Teatro de la Maestranza se haya lanzado a la búsqueda de todo tipo de espectadores, hasta a por los más vagos –que lo ha hecho, comprensiblemente dirán unos–, pasa en todos los escenarios.Y allí hasta donde hace bien poco no ha sucedido, el Teatro Real con Gerard Mortier al frente, los políticos afilaron cuchillos hace unos meses para descabezar a quien defiende con ahínco que esto de la lírica es cosa más profunda que gorgoritos y trajes de época.

Si hace poco más de un mes el Maestranza mostró una Aida con refulgentes telones pintados y todo lujo de oropel y exotismo, este Manon Lescaut que anoche levantó el telón vuelve a ser un dibujo de cierto teatro burgués y convencional servido, en esto sí que volvemos a darles el abrazo, con altas dosis de excelencia.

Con imaginación reverso hiperromántico de La traviata de Verdi, Lulú de Alban Berg y Boulevard Solitude de Hans Werner Henze, Manon Lescaut puede leerse en clave psicoanalítica con personajes obsesos de enfermiza evolución. Pero la producción del Teatro Regio de Turín que firma Didier Flamand no permite mucho más allá de disfrutar con la visión de un montaje estático y barroco, que sólo cede terreno a cierta ambigüedad en el más abstracto cuarto acto, con un desierto iluminado con ribetes tenebristas, acaso lo mejor resuelto de toda la representación. La dirección de actores –salvo por algunos atisbos en el muy folletinesco tercer acto– brilló por su ausencia: estamos, como tantas otras veces, ante un decorado transitado por cantantes. Y es de justicia hacer constar esto para quien acuda buscando el complemento del canto, el teatro.

El Maestranza ha cedido en lo escénico y en lo conservador de su programa. Pero al menos no lo ha hecho en el fichaje de las voces. La soprano Ainhoa Arteta mantuvo un altísimo nivel durante toda la representación, alcanzando con Sola, perduta, abbandonata el cénit de su recreación de Manon, con una emisión plena, bellos sonidos de pecho, una inmensa coloración, medido legato y vibrato natural. Quienes antaño pusieron pegas a su homogéneo timbre y a una personalidad vocal no todo lo rotunda que se espera de una diva, anoche debieron claudicar ante una exhibición de canto elegante, sin frivolidades, y razonablemente dramatizada.

El tenor italiano Walter Fraccaro, como el enamorado caballero Renato Des Grieux, fue de menos a más, comenzó en el primer acto con un excesivo uso de portamentos que barnizaron de artificiosidad su canto, y concluyó la ópera demostrando una técnica muy interiorizada y una proyección notable. Evidenció, en fin, que es un apreciable cantante lírico dramático. Vittorio Vitelli, barítono que fue Lescaut, sonó algo engolado y de expresividad limitada, aunque sorteó hábilmente las agilidades y fraseó con considerable gusto.

El bajo Stefano Palatchi lució una línea de canto competente y, por momentos, valiente, con arrojo. Manuel de Diego mostró una gran afinidad con la maleabilidad vocal pucciniana y empieza a merecer empresas mayores. A nivel correcto, el resto de secundarios:Alberto Arrabal, Andrés Veramendi, Alexandra Rivas y Jorge de la Rosa. En el conocido madrigal del segundo acto, interpretado por miembros del Coro del Maestranza, sobresalió Susana Casas, y es de justicia traer su nombre a colación. Tuvo la formación que dirige Íñigo Sampil una de sus noches más afortunadas –que empiezan a ser muchas–, cantando con sutileza, fraseo, cómodas dinámicas y, en general, gusto.

En el foso, Pedro Halffter tiene la capacidad de virar la nave ante cada título, adaptándose a las exigencias de guión, esquivando el piloto automático y los clichés, que en partituras como esta son muchos y con solera. Cuando uno cree que tiene una idea aproximada de cómo es su Puccini: dionisiaco, cinematográfico, paladeado, el maestro madrileño arrancó Manon Lescaut con un tiempo muy vido, puede que hasta algo precipitado. Fue capaz de mantener durante la cuarteada función –...tres intermedios...– pulso, ligereza y dramatismo, una combinación antagónica que su batuta cosió con naturalidad. La Sinfónica de Sevilla rindió de manera excelente, con una cuerda muy empastada, respondiendo a demanda. ¡Qué gran noche musical, qué aburrido teatro!

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