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El dogma y la caverna de Platón

La jerarquía eclesiástica española ha usado y sigue usando de forma torticera los privilegios incomprensibles e inaceptables que el Estado les ha concedido. Imagina un antro subterráneo, que tenga en toda su longitud una abertura que dé libre paso a la luz, y en esta caverna...

el 14 sep 2009 / 23:17 h.

Imagina un antro subterráneo, que tenga en toda su longitud una abertura que dé libre paso a la luz, y en esta caverna hombres encadenados desde la infancia, de tal suerte que no puedan mudar de lugar ni volver la cabeza a causa de las cadenas que les sujetan las piernas y el cuello, pudiendo solamente ver los objetos que tienen delante de ellos. Detrás, un fuego, cuyo resplandor les alumbra y proyecta sus sombras. Su experiencia vivida se limita a las imágenes proyectadas por sus cuerpos inmovilizados. La luz está fuera. Así ilustraba Platón la manera en que percibía el mundo visible. En cuyos límites se hallaba la verdad. Alcanzarla no era tarea fácil. Librarse de las cadenas de la oscuridad, es un proceso lento. Aún estamos en él. Las fuerzas que se oponen a esta liberación son muy poderosas. Primero fueron los temores a las fuerzas de la naturaleza quienes lo impidieron. Después, la amenaza de fenómenos de más difícil comprensión. El miedo a lo externo, combatible con medios materiales, se tradujo en un miedo interior que ningún poder material podía acallar. El miedo, he ahí el principal resorte de quienes aún tienen la tentación de guardar celosamente las puertas de la caverna. Las religiones, los fundamentos dogmáticos, esas guías indiscutibles para la conducta y la interpretación del mundo, son los principales artífices del diseño de un tenebroso mundo donde la luz se confunde con las tinieblas. Los guardianes de ese antro subterráneo del que nos habla Platón.

La jerarquía eclesiástica española ha usado y sigue utilizando de forma torticera los privilegios incomprensibles e inaceptables, desde una perspectiva moderna y laica, que el Estado les ha concedido. A lo largo de cuarenta años sembró el miedo entre gente sencilla, alentó la ignorancia, ejerció la venganza, se sirvió y dio cobertura ideológica a un régimen cuyo principal estandarte pasearon una y otra vez bajo palio. Antonio Muñoz Molina, con motivo del 25 aniversario de la muerte del dictador, decía: Franco debía de ser invisible, invisible y todopoderoso, como aquel otro personaje que también daba mucho miedo, Dios. Esta mezcla de dios y tirano, se encuentra en la base del anticlericalismo español, pasado y presente. Pío Baroja cuenta en Juventud, egolatría sus vivencias anticlericales: Habíamos salido del Instituto y habíamos estado presenciando unos funerales. Después entramos tres o cuatro chicos? en la Catedral? De pronto salió una sombra negra por detrás del confesionario, se abalanzó sobre mí y me agarró con las manos del cuello, hasta estrujarme. Yo quedé paralizado de espanto. Era un canónigo, gordo y seboso? Ese canónigo sanguíneo, gordo y fiero, que se lanza a acogotar a un chico de nueve años es para mí el símbolo de la religión católica? uno de los motivos de mi anticlericalismo. La actual actitud de los obispos españoles tal vez sea el fruto del sentimiento nostálgico de quienes aún no han comprendido que se les pasó la hora. Que su tiempo ya es historia; de una historia, por cierto, plagada de crueldad y vileza.

Antonio Cano Orellana es doctor en Economía

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