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El dominio de Poncio Pilatos en la Calzada

el 16 sep 2009 / 01:04 h.

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Son cerca de las cuatro de la tarde y la pescadería E. Calvo no cierra pese a tener todo el pescado vendido. Su dueña ha cambiado las escarchas del hielo por bandejas de gambas cocidas y otros suculentos aperitivos. "Es la reunión familiar de todos los años", explica desde la puerta. En el bar La Chicotá no se da abasto. La gente llega hasta la carretera. Es el día grande del barrio, como recoge Pascual González en sus sevillanas de Sevilla reza cantando.

El río de gente marca el camino hasta la puerta de la iglesia de SanBenito.El ambiente festivo por la cantidad de vendedores ambulantes que pregonan cada uno género: "Avellanas" o "Vamos a la botellas de agua". La respuesta tras las vallas es unánime: "Este año no queremos ni una gota de agua en toda la Semana Santa". Y es que por momentos el paso de una nube cubrió el sol, sembrando las dudas.

Para despejar la incertidumbre, la cruz de guía asomó a la calle cinco minutos antes del horario fijado, haciéndolo a las 16.25 horas. El aplauso sonó a recompensa. En un abrir y cerrar de ojos aparecieron tres cauces de capirotes de terciopelo morado que confluían en la antigua calle Oriente, hoy Luis Montoto. Venían del interior de la parroquia, del vecino asilo de las Hermanas de los Pobres y de un corralito de vallas delimitado en la acera de la casa hermandad. De este punto partía el llamado tramo infantil del misterio. En sus filas, un centenar de nazarenos con varitas y canastos de caramelos. La penitencia era más para los padres que, armados de paciencia, tenían que hacer malabares para llevar encima el carrito, la bolsa de caramelos para repostar por el camino, el capirote... "Me faltan manos", bromeaba una de las madres.

La escena era contemplada con gracia por los ancianos del cercano asilo de las Hermanas de los Pobres. Ellos estaban sentados frente a la parroquia en un espacio reservado por la hermandad. Algunos, tocados con gorras para ellos y pañuelos para ellas, aguantaban el sol y sombra que se alternaba en la espera.

La hora de la verdad llega con la salida del primero de los tres pasos. Don Poncio extendía entonces su dominio más allá de los muros de la parroquia. La primera levantá lleva nombre y apellidos: "Va por Antonio y por Alfredo", grita bajo el faldón Carlos Morán. Poco a poco Pilatos desembarca en el Calzada, bajando por Luis Montoto hasta el renovado paño de los Caños de Carmona. Hasta el sol, que se mostraba dubitativo, se rindió al poderío del procurador romano. Tanto apretaba que hasta se hacía insoportable:"Me he traído una rebeca y me está molestando. Ahora sí que vendría bien que pasara el hombre del agua", se escuchaba entre el gentío. Con la marcha Presentado a Sevilla, Pilatos fue conquistando, de costero a costero, un barrio y, por ende, una ciudad traspasando la Puerta de Carmona. Aplausos y admiración en cada chicotá.

se quedó en un susto. No menos expectación despertó el Cristo de la Sangre, cuya salida protagonizó un leve incidente al rozar el madero con el dintel. Su escolta de nazarenos tenían un mensaje que lanzar en la estación. Iban repartiendo pequeños crucifijos, réplica del Cristo que talló Buiza en 1966 en respuesta a la polémica retirada de las imágenes religiosas en los colegios: "Por todos los que nos están quitando", explicaba uno de los manigueteros. En algo más de una hora la cofradía había salido. Sólo faltaba el palio. La Virgen de la Encarnación, que fuera la Palomita de Triana, alzó el vuelo cerca de las seis de la tarde. La Catedral esperaba a Pilatos.

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