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El drama de la gente que no quería pensar

Un puñado de profesores y estudiantes quedan en las Setas para preguntarse qué es lo primero que pondrían por escrito en una nueva constitución.

el 05 dic 2013 / 10:00 h.

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Aspecto que presentaba en su momento álgido la reunión abierta de las Setas de la Encarnación. / Manu R.R. (ATESE) Aspecto que presentaba en su momento álgido la reunión abierta de las Setas de la Encarnación. / Manu R.R. (ATESE) En la esquina de Castellar con Feria, distraída de la vista entre un desbarajuste de cartelitos, señales de tráfico y racimos de gente que iba y que venía, se podía leer ayer tarde una pequeña pintada de molde que decía así: NO PIENSES. Eran las cuatro en punto. A esa hora, unos metros más allá, estaba convocada una reunión ciudadana en las Setas de la Encarnación, organizada por el grupo Constituyentes de Sevilla y bajo el amparo de la Facultad de Derecho de la Hispalense. El lema era muy ambiguo: Diálogos Constituyentes. Se trataba de compartir ideas para una hipotética nueva constitución. Pero el verdadero busilis del asunto era qué pasaría si estuviese en nuestras manos construir el mundo que queremos y, más aún, qué pasaría si supiéramos que efectivamente está en nuestras manos. Pues bien, plano de situación: a las cuatro y cinco minutos había en los escalones de las Setas un grupo de cuatro chavalotes, un par de parejitas al sol cuchicheando por el móvil, tres afroamericanos masticando a voces el inglés, un señor con libreta, algún que otro figurante y una pareja con una niña simpatiquísima que adoraba que la llevasen arriba y abajo por las gradas. Fin del simposio. O no, porque un buen rato después, cuando el sol se había puesto ya tras el cimborrio de la Anunciación, aparecieron los organizadores con una mesita plegable y un micrófono con altavoz que no llegarían a utilizar. Fue una pena que no lo hicieran, porque, en cuanto se les arrimó la gente que estaba sentada por allí, la gran mayoría de las cosas que se les entendían daban la sensación de ser palabras abrelatas; dinamita contra los prejuicios y los tópicos; invitaciones a usar el pensamiento crítico en este mundo de infames servidumbres, esclavizantes prioridades, libertades escamoteadas y democracias en entredicho. Pero con todo, por encima del ruidazo de las motillos petarderas, las pandillitas gritonas, los tenderetes navideños a martillazo limpio y los autobuses roncos despanzurrándose sobre los baches, lo que se pudo oír fue muy importante. Por ejemplo, el profesor de Derecho Pablo Gutiérrez dijo echar mucho en falta “que las personas tengamos ganas de hacer un país nuevo”. Fue él quien animó a la decena de universitarios presentes a que dijeran qué es lo primero que escribirían en una nueva constitución. También habló el pedagogo Jorge Lirola, un hombre humilde, simpático, implicado hasta el tuétano y con un carisma impresionante que dijo que el mundo de hoy no deben definirlo solo los adultos, sino también los niños y los jóvenes. Jorge sorprendió a la concurrencia contando sus experiencias en proyectos participativos con niños y jóvenes. “Desde los tres años, los niños tienen opiniones. Entonces, ¿por qué no se nos permite votar hasta los 18? Pues porque a los 18 años ya nos han amaestrado”. Preguntó a los presentes, para su estupor, qué había estado pasando con ellos hasta que alcanzaron la mayoría de edad legal; qué había sucedido con sus opiniones, quién les había cosultado su parecer. Y fue curioso, porque algunos de estos jóvenes, apenas veinteañeros, dijeron que ellos hasta los 14 años no sabían nada. Un par de chicas que venían con los organizadores, Cristina y Alba, se erigieron como ejemplos vivos de lo contrario, y refirieron cómo habían logrado hacer cosas en sus barrios por la vía de la participación y de presentar propuestas. Pero el resto de los jóvenes estaban bastante empanados al respecto. Es tal la costumbre de no ser nadie hasta cierta edad que reconocer el tremendo error que esto supone deja a la gente estupefacta durante largo rato. Al calor del fuego de las ideas, otra participante que dijo cosas sensatísimas fue la catedrática de Derecho Europeo Elvira Méndez, de la Universidad de Islandia en Reikiavik. Una nación que tuvo que enfrentarse en 2008 a una crisis financiera espeluznante por culpa de los tejemanejes bancarios. “Vi cómo el país se venía abajo”, contaba ayer Elvira, “y había que empezar de cero. Aquí estaba el BCE para meter dinero en los bancos, pero allí no, y tuvimos que preguntarnos qué sociedad queremos para que esto no vuelva a ocurrir”. Al rato añadió algo crucial: que el principal enemigo del pensamiento crítico son las propias personas, que no quieren que les cambien el mundo. De repente, un señor del público preguntó a los jóvenes: “¿Y vosotros? ¿Os sentís cómodos con el sistema?” Mientras la decena de universitarios se rascaban la barbilla en busca de un hallazgo intelectual, miles de paisanos, jóvenes y mayores, abarrotaban ya la calle con el espíritu de las compras navideñas y cargados de bolsas. Señoría, no hay más preguntas.

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