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El elefante, la alemana y el yerno

El tropiezo en la cacería de Botsuana situó la popularidad del monarca bajo mínimos. La imputación de su yerno Iñaki Urdangarin en el caso Nóos' no ayudó.

el 30 dic 2012 / 18:37 h.

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La Casa del Rey todavía deberá bregar con el impacto de una probable foto de Urdangarin en el banquillo. Más vale tragarse las quejas porque cualquier coyuntura es susceptible de empeorar. Que se lo digan, si no, a la reina Isabel II de Inglaterra, quien rescató la expresión annus horribilis para referirse a la cosecha de contratiempos que le deparó 1992, cuando sus tres hijos --los príncipes Carlos, Ana y Andrés-- se divorciaron o anunciaron que lo harían y, encima, se le quemó el castillo de Windsor. A la soberana británica aquellos 12 meses le parecieron catastróficos y, sin embargo, aún estaba por sobrevenir el sobresalto de la muerte de Diana en el puente Alma, en París (31 de agosto de 1997).

Algo parecido viene sucediendo con la monarquía española. Se dijo que el 2007 había sido su año nefasto porque se solaparon varios disgustos: el fallecimiento de Érika Ortiz, hermana de la princesa Letizia, por ingesta masiva de pastillas; la portada de El Jueves, en que una caricatura de los príncipes de Asturias aparecía en plena coyunda; el célebre "¿por qué no te callas " que soltó el Rey a Hugo Chávez; y el anuncio de que la infanta Elena se separaba de Marichalar.

Con el tiempo, la concatenación de tropiezos ha ido a peor, como si el azar y la necesidad de renovación se hubieran conjurado. Si el 2011 fue horribilis para la Casa del Rey --por la imputación de Iñaki Urdangarin en la corrupción del caso Nóos--, el año que ahora acaba ha sido dificilisimus.

El batacazo más sonoro tuvo lugar el pasado 14 de abril, fecha de resabios republicanos, cuando el país se enteró de que Juan Carlos estaba siendo intervenido de urgencia tras haberse roto la cadera durante una malhadada cacería de elefantes en Botsuana. Una escapada africana, ida y vuelta, en el avión privado de un magnate saudí.
Para rematar la metedura de pata, lo acompañaba supuestamente una amiga especial alemana. El episodio suscitó una enorme indignación pública por coincidir con una etapa de peliaguda e interminable crisis económica y porque, de no haber intervenido la casualidad, se habría mantenido de tapadillo: la liebre saltó por la extrañeza de que el Rey no hubiera acudido a visitar a su nieto mayor, Felipe Froilán, quien apenas unos días antes se había disparado una perdigonada contra el pie mientras jugaba en la finca soriana de la familia Marichalar. Más leña al fuego: ¿qué hacía una escopeta de caza en manos de un menor de 14 años

El safari en Botsuana disparó tal andanada de críticas que, nada más recibir el alta médica, apoyado en dos muletas, el monarca se vio obligado a pedir perdón: "Lo siento mucho, me he equivocado. No volverá a ocurrir". Un hecho sin precedentes en las casi cuatro décadas de reinado y un gesto que le honra, puesto que ni la disculpa ni la dimisión suelen ser habituales.
Con el crédito juancarlista bajo mínimos, la polvareda que levantó el torpedo contra el nacionalismo catalán --no es tiempo de "perseguir quimeras", advertía la carta que el soberano publicó en la web renovada de la Casa del Rey-- pareció un simple pecado venial, más de lo mismo.

Desde la peripecia con el elefante, el monarca se empleó a fondo para resarcirse del desafecto, y tal vez forzó demasiado la agenda y la máquina al postergar hasta noviembre otra operación de cadera, la tercera en ocho meses. Disponibilidad y actitud de trabajo es la nueva consigna. Sin embargo, aún pende sobre su coronada cabeza la espada del yerno. Aunque los duques de Palma están apartados de las funciones de representación desde hace un año, está por ver cómo gestionará la Casa del Rey la muy posible foto del Urdangarin en el banquillo y su eventual condena. La mala racha puede no haber concluido.

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